Aquí estoy de nuevo y como nuevo.
Podría decir que os he echado de menos, pero mentiría.
Como comprenderéis es inevitable que hable de el partido de esta noche y empiece remontándome al de hace 24 años, cuando perdimos esta misma final contra la
Francia de
Michel Platini (que hoy le devolverá la copa plateada a
San Casillas, el ángel vengador).
Esa selección francesa de los
80 tenía algo que maravilló al mundo: su manejo de balón, su técnica depurada, su mediocampo lleno de bajitos clarividentes, ¿os suena?. Por dos veces, en el
82 y en el
86, la selección alemana derrotó a este equipo en las semifinales del mundial. Tomemos nota de eso también.
La selección española del
84 venía de la gesta del
12-1 a
Malta, un exorcismo colectivo, y siempre será una de las más carismáticas de la historia, con
Arconada,
Maceda,
Gordillo,
Santillana... Perdió la final y sin embargo todo el mundo la recuerda. Ganar es importante, pero mucho más importante es enamorar... o respirar.
De aquel equipo que nos quitó las telarañas se volvió a oír hablar, dos años después, con algunos refuerzos como
Butragueño,
Míchel o
Zubizarreta; estuvimos a punto de tocar el cielo en el mundial de México. Los penaltis fatídicos nos dejaron a las puertas de semifinales (el lance que el domingo pasado nos salvó). Recuerdo también el equipo que urdió
Camacho con el liderazgo de
Hierro,
Guardiola y
Raúl, al que fulminó la mala suerte, sobre todo con las lesiones en el Mundial de
2002.
Y aquí estamos, por primera vez a salvo del abismo atávico de los penaltis, con la suerte de cara, y con una generación de futbolistas sobrehumana, desde el portero milagro al delantero exportado con etiqueta de lujo. Un equipo sin complejos, acostumbrado a manejarse en los éxitos desde las categorías inferiores. Sólo tienen un punto débil, el banquillo, pero a pesar de ello siguen avanzando (y lo que es mejor, hubieran caído en el camino con honor). El lastre de
Luis Aragonés, que pertenece a otra estirpe diferente, perdedora y ególatra, se percibe en la falta de alternativas. Por eso ha sido necesaria un poco de suerte. Aunque ninguna suerte parecida a que, ganen o pierdan hoy, el lastre desaparece y los futbolistas se quedan.
El salto cualitativo entre la última selección reseñable y la actual está seguramente en la proliferación de talentos extraordinarios. Si el equipo del
2000 tenía a
Guardiola o a
Raúl (líderes, campeones de Europa, referentes contrastados), este equipo tiene a 6, 7 u 8 jugadores que compensan todas las debilidades del grupo (tácticas, mentales, físicas y técnicas), jugadores que asumen responsabilidades en grandes equipos:
Barcelona,
Real Madrid,
Valencia,
Liverpool,
Arsenal... que son jóvenes, osados, han superado todas las enseñanzas que recibieron, están diseñados para ver más allá.
Así que de quién es este éxito: ¿del entrenador maleducado, mentiroso, cobarde e incapaz? ejem... ¿De los 23 que se repartirán la prima? bueno, todos sabemos que allí hay gente sin trascendencia. ¿De toda la afición que les anima? seguramente hay algo, pero esos mismos, si el desenlace del
España-Italia hubiera sido otro recordarían la maldición, el desastre, los cuartos (y las campanadas). ¿De los clubes que han forjado esos talentos? son demasiado erráticos para marcar una línea a seguir.
El éxito es de las madres: De
María del Carmen la madre de
Iker, de
Paqui la madre de
Sergio Ramos, de
Rosa la mare de
Puyol, de
Maria-Mercé la mamá de
Xavi, de
Nuria la madre de
Cesc, de
Mari la mamá de
Iniesta, de
Eva la madre de
Silva, de
Dorita la madre de
Villa y de
María la madre de
Torres. En definitiva, de todas las madres de España, que sufren con los penaltis más que nadie.
Por sí solos, estos 9 futbolistas, reforzados por un fichaje brasileño (que para tanto no damos), son un generador de juego espontáneo, impredecible, que tiene a la Europa futbolística con la boca abierta. Son una propuesta callejera, de patio de colegio, de aquel viejo proverbio que todo niño conoce, que la pelota es un juguete, y que un juguete se cuida con esmero, se disfruta y no se pierde.
Se enfrentarán a otra fórmula futbolística (ganadora también), menos exquisita pero igual de noble y valiente. Un equipo trabajado (aquí hay entrenador), sólido, fuerte, peligroso donde nosotros flojeamos (por arriba), vulnerable por donde nosotros destacamos (por abajo).
Habría que hablar del demonio germánico o de la Euro de las sorpresas. Pero yo me quedo con algo evidente: ni
Lahm es
Brehme, ni
Metzelder es
Briegel, ni
Ballack es
Matthaus, ni
Klose es
Voeller, ni
Podolski es
Rummenigge. Ni rodillo ni gaitas, que tiemblen ellos.
Me preocupa qué nos pasará si, por primera vez en toda la Eurocopa, nos toca ir debajo en el marcador, o si se lesiona alguno de esos jugadores sin sustituto fiable, o la poca competitividad interna del grupo. Lo mejor de este equipo es que parece tan bueno que supera hasta las imprevisiones o las negligencias de supuestos sabios.
Menos mal de las madres.
¡Ganad, chavales, por las madres de España!
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