Estuve viendo la cabalgata o desfile de carnaval en la leal e invicta ciudad de Huesca.
¿Por qué? No sé. Tal vez mi subconsciente sabía que yo tenía pendiente un post del reto de las 4 palabras y entendió que nada mejor que una fiesta de disfraces para mezclar conceptos locos en la coctelera del blog.
Porque sí, allí había señores con bigote vestidos de novia, supermanes y supermanas, lagartos de V, animales variados, romanos, masáis y un samurái despistado (reminiscencia, casi seguro, de aquella historia local que os conté).
Colorido y música en una tarde-noche apacible de carnaval.
Los oscenses llenan de creatividad el centro de la ciudad.
Así titularía la crónica si fuera periodista, endulzando la realidad. Y eso que la climatología fue benigna. Yo recuerdo carnavales a 10 grados bajo cero. Lo de ayer era una pre-primavera perfecta para la práctica de los festejos.
Si nos olvidamos de las relaciones públicas y los lugares comunes, os diré que durante el desfile vi algo extraño. Ese algo no lo había visto en anteriores actos, quizás porque la última cabalgata la vi hace más de 30 años, y entonces no había disfraces en grupo de los colegios, parvulario, primaria y lo que haya luego, todos a una.
Si uno no tiene que buscarse la vida ni pensarse el disfraz, es un poco más fácil sumarse a la cabalgata, obviamente. La vida es complicada y hay poco tiempo para preparativos. Eso hace que el formato actual consiga comparsas multitudinarias de colegios. Mucha mucha gente. Ahora bien, si el disfraz lo ha elegido uno mismo, está claro que lo defenderá de un modo muy distinto a si no lo has elegido. Eso es lo primero.
Y lo segundo es que las multitudes uniformadas tienden a acabar siendo monótonas, a la manera norcoreana.
La buena voluntad es evidente. Y aplaudo el esfuerzo de los organizadores. Pero un carnaval demasiado organizado, sin la mezcla, el caos y el descontrol, resulta siniestro. Acabas viendo pasar a gente que no va de tigre sino de disfraz de tigre, como en esa canción de Hidrogenesse.
Vi gente dándolo todo en el pasacalles.
Vi también gente aburriéndose mucho (con culpabilidad en sus miradas).
Vi niños perplejos, sin comprender ese akelarre insípido.