Rápido y alborotado, como un adolescente nervioso, se esforzaba en seguir a la mente por el teclado. El pulgar sonreía mientras plasmaba lo que el cerebro (ese canalla encantador) le soplaba.
Darle a enviar, tener ese honor, también se lo debía a la evolución, por eso le rezaba a
Darwin y al otro (al que nadie recuerda) todas las noches.
Amaba sus respuestas, a veces inmediatas, otras llenas de suspense. Unas veces ella respondía con el sonido brusco e ilusionado del móvil, otras con un gemido ahogado.
Era cuestión de tiempo que, lejos de esa tortura maratoniana de la
playstation, se detuviera extasiado, protagonista y prensil, ante aquel misterioso temblor suave y húmedo.
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2 comentarios:
Locura digital.Siempre tuve agilidad en los dedos.Noches de piano,y actualmente de wii,le deben un olé al señor Charles...imagino.
Orleans, la evolución estuvo bien hasta lo del pulgar prensil. Luego quizás se le fue la mano un poco.
La wii (y su antecesor, el palo) son una prueba de todo ello.
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