
Rashomon - 1950 - Director: Akira Kurosawa
Reparto:
• Toshirô Mifune (Tajômaru)
• Machiko Kyô (Masako Kanazawa)
• Masayuki Mori (Takehiro Kanazawa)
• Takashi Shimura
Guión: Akira Kurosawa y Shinobu Hashimoto (basado en dos cuentos de Ryûnosuke Akutagawa)
Fotografía: Kazuo Miyagawa
Música: Fumio Hayasaka
Corre el siglo XII, tres personajes marginales, un monje, un leñador y un peregrino, se resguardan de la lluvia en el semiderruido templo de Rashomon, donde la leyenda cuenta que un demonio se recluyó por miedo a los hombres. Después de lo que he visto no creo que pueda confiar en nadie nunca más, dice uno de ellos.
Es el comienzo misterioso y teatral, de una obra maestra cruda y, a la vez, discretamente especiada. Kurosawa fue capaz de reflejar, con ecos de cuento histórico, con una sutil ironía, el pesimismo de la posguerra japonesa en la que fue rodada. Y logró trascender su entorno cercano, Japón, cruzando las fronteras, ganando el León de Oro en Venecia y el Oscar a la mejor película de habla no inglesa.
También ha logrado envejecer con estilo, sigue alimentando como un pan recién hecho.
En menos de hora y media, con varias localizaciones y un puñado de personajes, recorremos la mayoría de los sentimientos e impulsos que nos ordenan y desordenan: el dolor, la muerte, el miedo, el honor, el deseo enfermizo, la vanidad, la fortaleza y, sobre todo, la debilidad. Pero al final, nos encontramos persiguiendo una cosa por encima de todas: la verdad.
¿Crees que hay alguien sincero? Todos pensamos que lo somos aunque no lo seamos, se escucha decir. Un juego de flashbacks, de perspectivas, nos va a atrapar en la espiral de un crimen que es tan comprendido como incomprensible.
Los hombres olvidamos lo que nos conviene. ¿Y no es verdad que nos mienten los que nos dirigen? ¿no es la prensa, el supuesto testigo de cargo, la que nos trata de manipular con sus falsedades creíbles? ¿no compramos prefabricados los clichés baratos que nos ayuden a creer sin pensar demasiado?.
Diluvia fuera. Los hombres (lobos para el hombre), cobijados en las ruinas del antiguo templo de cartón piedra y celuloide, tienen dos caminos: el egoísmo consciente o la redención.