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Midas y Medusa. Un romance muy breve |
El 23 de mayo de 1940, las tropas del Reich tenían rodeado al grueso de los ejércitos aliados. Todo estaba perdido. Sin embargo una decisión de Hitler paralizó al Grupo de Ejércitos A comandado por el General von Rundstedt. Eso acabó permitiendo el enroque y con él la evacuación de más de 300.000 soldados de la bolsa de Dunkerque.
El genio militar del Führer demostraba no ser tal. La Alemania Nazi fallaba un gol a puerta vacía que terminaría siendo crucial.
Decía Borges que la barbarie es irrespirable, sólo se puede matar y morir por ella.
En el fondo Hitler, presupone, desea ser derrotado.
En la elogiada novela de
Dostoievski "Crimen y castigo",
Raskolnikov pasa igualmente del primer estado al segundo. Él mismo busca su condena, como una consecuencia moral de sus propios actos,
como una forma de redención (en este caso a través del amor). La culpa antecede a la pena.
Cuenta
Milan Kundera en "El arte de la novela" una kafkiana historia real. Un doctor viaja desde la Checoslovaquia comunista a Londres para asistir a un congreso. A su regreso a Praga, compra el periódico y lee una noticia que habla de un doctor que tras acudir a un congreso en Londres había hablado mal del régimen y había decidido desertar como un traidor. Ese hombre (flipó en colores) era él. Consternado por el error acude a la redacción del periódico a contar la verdad. Le remiten a la fuente: la policía. Un comisario muy simpático le dice que la información llegó del servicio secreto, pero que se tranquilice, que ya se han dado cuenta del error.
El hombre respira aliviado, aunque acaba de ser consciente de una realidad terrible, cada uno de sus pasos es seguido y observado.
Ha sentido el castigo antes que el supuesto crimen. También eso es irrespirable. Poco tiempo después arriesga su vida para huir del país.
Schopenhauer decía que el verdugo y su víctima son una misma persona. Es posible que si comparáramos todas las culpas y todos los castigos de la humanidad en una balanza quedarían perfectamente nivelados. En los casos individuales no está tan claro.
Consideremos detenidamente la resaca.
Beber es la causa. El malestar del día siguiente es la consecuencia.
Si la resaca llegara antes, ¿qué norma moral podría ponerse en contra del alcohol?.
Estoy pensando en nuestro castigo por antonomasia:
el trabajo.
¿Es nuestra mediocridad la que nos hace tener esos trabajos, o son esos trabajos los que nos terminan por volver mediocres?.
A lo mejor somos como Hitler y perseguimos inconscientemente nuestro castigo.
O somos como Raskolnikov y abandonamos nuestros objetivos, nuestro desafío al mundo, para acabar por merecernos nuestro trabajo (quizás por amor, por la familia o la simple supervivencia).
Tal vez sea al revés y somos como ese doctor checoslovaco: nuestro castigo es anterior a la falta. Tal vez nuestro trabajo nos da coartadas para renunciar.
La renuncia, ese heroísmo de todo a 100.
Todo el mundo alza la voz ante los recortes en educación (recortes en profesores y equipamiento, más bien) y nadie se queja de este sistema educativo que nos convierte en masa, en tontos útiles (universidades incluidas, esas son las peores).
No estaría de más
empezar a pensar en cuál ha sido nuestro crimen: el conformismo, la pereza, el pánico al error, la ambición manipulable...
Porque de ahora en adelante el castigo va a ir a peor.