Una vez comprobada la noticia, tras asegurarme de que no se trataba de ningún bulo, decidí comentarla (siempre desde el respeto a la tercera edad). Mi primer pensamiento fue: Sylvester, ya no estás para hostias, quédate en casa, tómate una sopa y déjalo, anda.
Luego reflexioné (poco). Quizás cada uno tiende a acabar con lo que empieza, quizás hay un magnetismo que nos empuja hacia lo que estamos seguros de saber hacer. La cabra tira al monte, Stallone a Rocky, ¿dónde está la novedad?
El siguiente razonamiento (por llamarlo de alguna forma) fue evidente: entonces también yo seré presa de una ley de la gravedad similar. ¿Cuál es? ¿para qué nací?
¿Nací para grandes hazañas? Lo dudo. No es que no tenga valor (que no lo tengo), pero para conseguir algo hay que convencer (a unos o a otros) y por suerte no tengo ese don. En una crisis de rehenes yo sería el único al que matan mientras los demás se salvan. En la guerra civil me hubieran fusilado los dos bandos. En una comedia de amores venecianos sería un extra (o el atrezzo, yo qué sé, diván1).
Pienso ahora en "El hombre invisible" de Ralph Ellison, invisible simplemente porque nadie quería verle. Y recuerdo que la indiferencia puede morder, como un caniche cabreado.
Será eso. Soy un tipo con suerte que sobrevive sin cualidades esenciales, y en cuanto encuentre una (como Sylvester Stallone) me consagraré a ella sin temor a hacer el ridículo. Ya está. Se acabó lo que se daba. Mañana será otro día. El éxito para los demás, yo quiero vivir. Aquí paz y después gloria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario