Fragmento de "El telón (Ensayo en siete partes)" de Milan Kundera.
En Hugoliada, un panfleto contra Victor Hugo, Ionesco, a sus veintiséis años y todavía en Rumanía, escribe: "La característica de la biografía de los hombres célebres es que han querido ser célebres. La característica de la biografía de todos los hombres es que no han querido o no han pensado en ser hombres célebres (...) Un hombre célebre es asqueroso..."
Intentemos precisar los términos: el hombre pasa a ser célebre cuando el número de quienes lo conocen supera claramente el número de los que él mismo conoce. El reconocimiento del que goza un cirujano no es gloria: es admirado por sus pacientes, sus colegas, no por el público. Vive en equilibrio. La gloria es un desequilibrio. Hay profesiones que la llevan consigo fatal e inevitablemente: la de los políticos, las modelos, los deportistas, los artistas.
La gloria de los artistas es la más monstruosa de todas, porque implica la idea de inmortalidad. Es una trampa diabólica, porque la pretensión grotescamente megalómana de sobrevivir a la propia muerte está inseparablemente relacionada con la probidad del artista. Toda novela creada con auténtica pasión aspira de un modo natural al valor estético duradero, lo cual quiere decir que aspira al valor capaz de sobrevivir a su autor. Escribir sin esta ambición es puro cinismo: porque, mientras que un fontanero mediano es útil a la gente, un novelista mediano, que produce a conciencia libros efímeros, corrientes, convencionales, por tanto inútiles, nocivos y que estorban, sólo es digno de desprecio. Es la maldición del novelista: su honestidad está atada al potro infame de su megalomanía.
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