Menudo día ayer.
Yo quería escribir algo pero se me quedó sin tinta la máquina de escribir. Bajé a la tienda de unos hindús y, de repente, cuando iba a pagar, escuché un aullido sobrehumano procedente del sótano. Los tenderos se sobresaltaron y me regalaron tres chirimoyas si me iba rápido, que tenían entradas para el circo. Salí de allí a marchas forzadas, no se fueran a arrepentir de la promoción sorpresa. En la calle me reté a mí mismo. No eres capaz de colar una de estas chirimoyas en la ventana más alta del edificio de hacienda. Probé con un lanzamiento parabólico estupendo y entró limpiamente. Se sintió un ligero temblor, luego una estampida de funcionarios aterrorizados que bajaban atolondrados por las escaleras, que salían a la calle, sollozaban trémulos de un pavor sobrehumano. Yo les decía, ¿pero si sólo ha sido una chirimoya?. Y ellos decían, tú no la has visto, era terrible.
Me deshice disimuladamente de las otras dos frutas. Quise huir, sin conseguirlo. Uno de los funcionarios (con una estrella de sheriff al pecho) me detuvo. ¿Cómo sabe usted lo de la chirimoya?. Yo me puse rojo rojo. Sin comerlo ni beberlo me encontré esposado en una furgoneta oficial de hacienda, con las sirenas puestas y un cocodrilo sin dientes mordiéndome las piernas.
Me requisaron todos los objetos personales. El dinero, el DNI, las tarjetas (amarilla y roja), el silbato, los cromos repetidos de la liga 2003/2004, la cinta de la máquina de escribir y un kleenex usado.
Me metieron en una celda hecha de espinas de cachalote. Y yo grité, grité. Luego me quedé afónico y dejé de gritar, aunque seguía haciendo el gesto, como si alguien hubiera apretado el Mute del mando a distancia.
Tuve un juicio rápido que no me ayudó en nada, porque como no podía hablar... aunque tampoco dije algo que me perjudicara, y eso ya fue un alivio.
Menuda noche incómoda, llena de pesadillas tenebrosas.
Por la mañana he recuperado la voz. Les he dicho que era amigo de Obama y me han soltado, claro. Me han devuelto mis bártulos, excepto el kleenex que no aparecía por ninguna parte. Me han dado una palmada en la espalda, me han pedido perdón y me han deseado suerte en Afganistán.
He llegado a casa, he puesto la cinta en la máquina y aquí estoy.
El caso es que ya no me acuerdo de qué quería escribir.
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2 comentarios:
se agradece un poco de cordura de vez en cuando
Cardo, que tenga que venir una planta a poner algo de buen gusto tiene delito.
Se agradece.
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