Las Navidades (ups, ya lo he dicho, yo que quería hacerme el descreído despistado) son una época de reencuentros, de días festivos (en mi caso lo digo irónicamente) y de euforia etílica, sólo comparable al frío de las calles, o quizás por su causa.
El primer día de las alcoholidays, lo sabe cualquiera, es el viernes prenavideño. Así fue la cosa, la resaca que ostento ostentoso no ha sido fruto de la casualidad. Menudo plan maquiavélico: cena, risas, conversaciones a voz en grito, barísmo (Cubitos) y lo dicho anteriormente: reencuentros, despreocupación, euforia...
Viene esta reflexión (por llamarlo de algún modo) al hilo de que este día siempre es igual. Y por Dios, que no cambie.
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