Albert Spaggiari era un tipo aparentemente normal. Veterano de Vietnam, ex-mercenario de las OAS, regentaba un negocio de fotografía en la señorial Niza de los años 70. Un día descubrió algo, y ya no pudo sacarse aquella idea insensata de la cabeza: robar el banco más importante de la ciudad.
Lo que había descubierto
Spaggiari era que la cámara acorazada de la "Societé Generale", cuyas paredes de cemento armado tenían un grosor de 50 cms, y una puerta de 20 toneladas, quedaba apenas a unos pocos metros de las alcantarillas. Reunió un equipo seleccionado meticulosamente, no sólo por su experiencia en excavaciones, sino también por su personalidad, por su capacidad para trabajar en un ambiente insufrible (para el experto principal, que estaba entre rejas, pactó una fuga con la mafia marsellesa). Se hizo acopio del material y se inició la perforación. Finalmente, tras semanas de labor, en una última jornada durísima, accedieron al interior. Una vez dentro, burlado el escollo principal, cualquiera hubiera obrado precipitadamente. Ellos no.
Spaggiari había planeado milimétricamente el robo, había comprado el material en partidas separadas a proveedores de toda Europa (para que nadie pudiera seguir el rastro), había aprovechado las obras de la calle para camuflar los ruidos y había elegido un viernes festivo
para concluir el trabajo. Tenían tres días por delante para desvalijar la caja fuerte.
Empezaron por las casi 4.000 cajas de seguridad (una de ellas del propio
Spaggiari, que había podido acceder de ese modo a la fortaleza). Las abrieron todas, y sólo robaron las que no parecían ahorros de gente de a pie. Oro, bonos, joyas, dinero... todo valía, algunas de esas pertenencias ni siquiera serían reclamadas por sus dueños, como puede imaginarse. Encontraron fotos escabrosas de desnudos y fiestas de la alta sociedad, y empapelaron con ellas las paredes. Hecho esto, perpetrado el mayor robo de la historia de Francia, con un botín calculado en 18 millones de dólares (¡¡de 1976!!) tampoco se marcharon.
El grupo, haciendo gala de una sangre fría inverosímil, entró vino, champagne, quesos, foie, y organizó una fiesta de celebración, ¡en la misma cámara acorazada!. Al marcharse,
Spaggiari escribió con un spray en las paredes: "
Sin armas, sin odio, sin violencia".
Nada de lo que dejaron: botellas, platos, copas, una tonelada de material en las alcantarillas... dio información suficiente a la gendarmería. Las pesquisas tropezaban con un velo fantasmagórico, sin hilos sueltos, sin pistas.
La denuncia azarosa de una esposa celosa llevó a la policía a una casa en las afueras. Allí dos miembros de la banda vendían oro. Persecución, detención, interrogatorio violento y delación. La gendarmería apresó a un confiado
Spaggiari, sin embargo éste no se derrumbó ni confesó dónde guardaba el botín.
Dos días antes del juicio
Spaggiari estaba dispuesto a hablar. Con calma se sentó al lado del juez, sacó un mapa y le explicó todos los detalles de su plan. El juez estaba estupefacto.
Spaggiari se dirigió a su asiento, pero no llegó a sentarse frente al juez, de repente cambió de dirección, abrió la ventana y saltó al vacío. Hay que decir que estaban en un primer piso, y el techo de un coche amortiguó su caída. Una motocicleta le esperaba. Nunca volvieron a capturarle, ni se recuperó ninguno de los francos robados. A la semana de su fuga envió una disculpa al dueño del coche abollado y un giro de 625 dólares.