Dicen que toda crisis esconde una oportunidad.
A lo mejor esa es la razón por la que que el capítulo 3 de este tema lo tenía reservado para una de esas citas rabiosas de "El club de la lucha", novela demoledora de
Chuck Palahniuk (os la recomiendo, la verdad, y si os da pereza probad con la película) y al final el azar me ha deparado otro episodio mejor.
Tyler Durden, el enigmático co-protagonista de la novela, nos invita a tocar fondo. Tocar fondo implica sufrimiento, desesperación, pero también es un renacer, una reafirmación de nuestro yo individual, un punto de partida.
Mirándolo objetivamente, no debe de haber una forma mejor de tocar fondo que renovar el DNI.
En la parábola del
Buda, el joven príncipe da el primer paso hacia el conocimiento, descubre el anvés de la existencia, gracias a un enfermo, un anciano, un cadáver y un asceta.
En la mía del DNI, he conocido mi paciencia oriental (cuando me han atendido 45 minutos después de la hora prevista y no he mordido a nadie), mi ignorancia (cuando todo el mundo que entraba al recinto me preguntaba dónde era "lo de los pasaportes" o cómo se pedía cita previa y yo me encogía de hombros), mi vejez (cuando la señora se ha dado cuenta a la primera de que la foto que yo presentaba no era reciente), mi insignificancia (cuando el escáner no quería leer mi huella dactilar).
En el puesto de mando ciberestelar de la burócrata, nos hemos tenido que conformar con los viejos trucos:
- mojar la yema del dedo con una esponja
- rellenar el informe con una máquina de escribir paleolítica
- mentir (ella ha dicho cuando le han llamado al móvil: "uff, tengo un montón de trabajo...", yo le he dicho sobre la foto: "pues es de hace 2 meses").
Tres atavismos que me retraían al sexo, a la caverna, a la supervivencia.
Ahora tengo un DNI único, personal, propio, intransferible.
Soy una oveja del rebaño perfectamente identipificada.
Como el
Sísifo de
Albert Camus, tengo poco que perder.
La debacle de las excusas, la madre de todas las crisis, es, al final, la mejor aliada de la libertad.
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3 comentarios:
Ante la burocracia, y sus profetas, todos somos insignificantes.
Anónimo/a, qué razón tienes.
Asomarse a ese abismo nos demuestra que algún día moriremos. Y que eso a lo mejor no es una mala noticia del todo.
No te quejes, yo en mi DNI me parezco a la Panto...
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