Tejero se prepara para dar la salida a la carrera entre el estupor y la turbación.
Hoy os contaré cómo viví ese momento histórico. Os explicaré con qué convicción di la espalda al golpe, luché por la libertad y escribí una de las más bellas páginas de serenidad democrática.
El caso es que yo estaba en mi casa leyendo un sesudo cómic sobre los mundiales de fútbol, algo que me habían regalado en el Aldi, supongo que Danone o Cola-cao (perdonad mi desmemoria). El motivo de que estuviera leyendo es desconocido, supongo que se me habría acabado el pegamento para esnifar. El motivo de que estuviera leyendo eso en concreto tenía que deberse, por fuerza, a la campaña promocional del mundial 82 (sí, el de Naranjito, y el de Paolo Rossi).
Mi padre entró en casa sobresaltado y contó lo sucedido. Gente en un sitio, disparos al techo y tal. A mí me pareció algo de lo más corriente.
Siguió explicando algo sobre la emisión de televisión. Yo no necesité saber más. Eso lo había visto en alguna parte. Hojeé el cómic hasta que di con la viñeta correspondiente. ¡Ajá!, allí estaba.
Yo tenía 4 años, así que no me pidáis que asumiera todas las complejas fuerzas conspirativas, pero, eso sí, tenía muy reciente una viñeta que acababa de ver, en la que gente con muy mala uva tiraba los televisores por las escaleras. Hasta pasado el tiempo no comprendí esa escena. Correspondía a la eliminación brasileña en no-sé-qué mundial, y a su manera, reflejaba la rabia de un pueblo frustrado. Yo, en ese momento, le di un significado diferente. Allí estaban los militares. Allí estaban las televisiones rodando escaleras abajo. Había que ser muy cabrón para hacerle eso a la gente. Me quedé atemorizado.
4 cosas había intocables en mi casa. Mis padres, mi hermano, mi perro y la tele. La familia, vamos. Me puse a jugar con los clicks, ajeno a la trama, intentando alejar de mí las preocupaciones. A la hora de la cena la tensión decrecía, o al menos eso querían aparentar los mayores, pero he de decir que me fui a dormir con algo de inquietud.
Por la mañana vi las imágenes. Las del señor del bigote irrumpiendo en una fiesta de cumpleaños a la que, por lo visto, no le habían invitado. La de un soldado que escapaba por una ventana y la gente le recibía con alegría. Imaginé que éste no había sido de los rompeteles. Los rompeteles no me eran simpáticos. Normal.
Y el tejerazo pasó.
Sin muertos, sólo el susto.
Desde entonces he visto entonar los gritos de guerra "somos cojonudos", "la democracia mola más", "el Rey cumplió con su papel a la perfección", "el pueblo dio una lección de madurez", "nos unimos frente a la adversidad". Algunos de estos gritos me los creo y otros no. Aunque eso es harina de otro costal.
Hoy estoy escribiendo la Historia. Con mayúsculas. Yo fui testigo mudo. Hoy, por fin, rompo mi silencio.
Tejero y otro niño, el día de su primera comunión.
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2 comentarios:
Sé perfectamente que soy un gran escritor y que casi todo lo que escribo es pura poesía, así que hoy me voy a superar contando como lo viví yo en mi casa:
"Mi padre se cagó en los pantalones"
Y esta afirmación es.. literal.
Gracias por tu valiente testimonio, Dani.
Hubo epidemia de gastroenteritis en los primeros meses del 81.
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