La banda, la tiara, las cámaras enfocando, Miss Universo sonreía seductora, con su aplomo natural de niña que se imagina irresistible.
Ahora ya no dudaba, era la mujer más apetecible del universo y lo asumía sin más, intentando que la gente normalucha no se sintiera mal por ello, bastante desgracia tenían.
El viaje hasta Neptuno había merecido la pena. Menudo acierto convertir el certamen en una cita intergaláctica. Fingía emocionarse y por dentro repetía: soy la supermejor.
Por las costumbres extrañas de los anfitriones, o un error de protocolo, no fue
al banquete de celebración.
Fue
el banquete de celebración.
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