Prometí una crónica del concierto de los Delinqüentes y aquí la tenéis, con algo de retraso debido a contratiempos de última hora: resaca, eclipse, eclosión primaveral, lobotomía sin anestesia...
La foto es estrictamente documental, y es un mono tocando la guitarra imaginaria, como seguro que habéis hecho vosotros miles de veces.
Viscerales, primitivos, dueños de su propia lírica, tan particular, aparecieron ese trío de dos, con sus adláteres y percusionistas garrapateros enloquecidos. Aunque seguramente el concierto no empezó allí (al menos para mí), porque la cena-tapeo se convirtió en festival de cañas y el cansanció se recicló en euforia, y la noche era estupenda, y cómo os quiero amigos, sois de puta madre, ¿ponemos bote?.
No sé cuáles son lo cánones de una buena crónica, pero imagino que ahora me toca, tras el flash back, describir el ambiente, la llegada al recinto. Pero coñe, es el Jai Alai, lo conocéis mejor que yo. Entras al recinto, saludas a tres, vas a mear, entras a la sala, miras a tu alrededor, saludas a uno que no recuerdas de qué lo conoces, te vas a la barra. Es todo un ritual que excede a la verbalización torpe de mi teclado. Diré, eso sí, que estaba lleno. Nunca había visto tanta gente allí; los Delinqüentes parecían el fenómeno de masas que no me creo que sean (¿me equivoco?). Nos hicimos un lugar en el límite del primer tercio y esperamos un rato justo. Lo suficiente para constatar que (obsérvese el reflexivo): algunos porros fueron encendidos (no me atrevería yo a decir que fueron fumados), algunos litros fueron acarreados (no sé si luego bebidos, aunque podría ser) y pasamos ese rato de nervios escuchando el Sgt. Pepper's, trazando nuestra imagen en un barco por el río, entre los mandarinos y el cielo de mermelada.
Desde el "quieres que te cuente un cuento, pues yo te lo cuento, los bichos que nacen de los claveles, somos los Delinqüentes" hasta los grandes clásicos populares hicieron que la peñita se saliera de la pelleja, bailoteara sin pensar que el espíritu latente de la caballería de las garrapatas abandona el virtuosismo y se vuelve suburbio turbio, alegría que raspa como el humo la garganta, que agita los pies, que toca palmas con las orejas.
Se perpetró el concierto entre la renovada primavera y el eco de la luna llena, aluego de un tema venía otro más bueno si cabe. Y yo no oí nada, ni vi nada, yo estaba allí, que es suficiente. Las vibraciones (o bribraciones) estaban, la comunión del sudor también y los trabubus que me cambiaron la cabeza de sitio, me metieron una avispa en los pantalones y me echaron algo en la bebida, señor agente, se lo prometo.
Lo que sucedió después del concierto fue algo complejo, la noche se nos apoderó y nos quitó el habla (o al menos la elocuencia) y nos lanzó a los bares. Y el cansancio volvió a apoderarse de mi cuerpo y aún así me dio tiempo a gritar, a embrutecerme, a ser grosero con las visitas, a reencontarme con el Mesías del Blog (a cual más borracho) y a irme a mi casa digno como un oso panda en un monociclo.
De la maravilla absoluta que fue el eclipse hablaré mañana. Otro gran acierto del ayuntamiento. ¡Bravo!
3 comentarios:
Junto con las lágrimas de SL, claro.
Borracha yo?
Borracha tú!
Una pena no verte el sábado.
Anónimo/a, exactamente.
Tras el gran acierto anual de nuestro alcalde trayendo pa fiestas una lluvia de estrellas, este año (electoral, no lo olvidemos) se han estirado y han comprado un eclipse lunar y buen tiempo (a precio de estatua de rotonda)
Peibols, son rumores infundados.
Lo mío era sólo emoción contenida.
El sábado estuve reflexionando y descansando. Que hoy trabajaba.
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