Aunque peque de soberbia les diré que nadie acá sabe más de fútbol que yo; que en la pesadumbre de mi retiro les cuento a los más pendejos la historia de aquella noche del 25 de junio del 78 en la que la Argentina salió campeona del mundo. Los veo escuchar asombrados cada palabra de la misma historia de siempre y siento por un espacio que me envidian, ¿viste?, porque a quién no le hubiera gustado estar donde yo estaba aquella noche.
No me creerán si les digo que era mi primer partido, que estaba un poco nervioso, que al ingresar en la cancha me quedé encandilado con tanto ruido y tanta luz. En el Monumental del River Plate, lleno hasta el tope, se oía el canto especial, creado para la ocasión por la hinchada, que decía: “Vamos vamos Argentina, vamos vamos a ganar”, y cuando el capitán
Passarella asomó la cabeza por el túnel se puso todo blanco, lleno de papelitos. La cosa es que yo estaba lo más feliz.
Recién comenzó el partido me sentí especial, sentí que muchos me miraban, qué sé yo… y no es hablar al pedo porque era muy nueva la sensación que tenía, y ahí andaba, desgañado de orgullo, y con un poco de miedo también.
Estaban
Passarella,
Bertoni,
Tarantini,
Fillol (un arquero de los de antes, el “Pato”),
Gallego,
Luque (que era nueve nueve, de los que no achicás ni a trompadas),
Ardiles… no se podía perder. Pero desde luego el “Matador” les pasaba por arriba a todos. ¿Vos viste lo que hizo el “Matador”?.
Mario Kempes era un tipo alto, fornido, zurdo hasta decir basta. Luego de esa noche volví a coincidir muchos más días con él en la cancha de River porque el cariño de la gente le obligó a volver.
La noche era fresca. Ya se sabía que frío iba a hacer, y en fija que iba a haber que calentar a los nuestros de puro gritar, pues las finales, se dijo siempre, son de juego grave, sin lujos, con patadas, con encontrones. Yo aquel día pensé que era lo normal, aunque después de esa fecha pude ve la cara más amable del fútbol: la extravagancia boluda del “Loco”
Gatti, la elegancia envenenada del “Príncipe”
Francescoli, la milonga dulce y la suave caricia de fútbol de un muchachito que yo sentía amigo, ¡era
Maradona!. Qué lindo, decían con devoción en el barrio de la Boca, levantarse una mañana en domingo cuando a la tarde juega el
Diego… que luego lo que le pasó al
Diego fue de lo más triste. Que de cocaína no voy a hablar porque no sé nada, pero que no anden con historias porque, de todos, el engañado fue él. Y bueno, lo cierto es que hizo feliz a tanta gente que por ahí le disculpás todo y si sabés como se maneja ya no quedá ninguna duda. Cómo me conocés,
Diego. Me tratás bien,
Diego.
Me olvidaba de
Ricardo Bochini, uno de esos enganches que ya no nacen. ¿Sabés lo que dijo el “Bocha” de
Cruyff? Que a pesar de que corría era bueno, je je, todo un personaje el pibe.
Macanás a parte, que
Johan Cruyff no estuviera en la cancha con Holanda era todo un alivio. Pero estaba
Rep, un extremo de fina intuición y
Neeskens, un tipo duro de labor constante, y la calidad sobrada de los demás. Mirá, que si había que perder se perdía, pero no iba a ser sin pelear, claro.
Cuando el ritmo precipitado del encuentro me lo permitía echaba una ojeada a los banquillos.
Ernst Happel, el coach de los europeos, tenía la jeta curtida e impertubada del malo de un western.
Menotti jamás sonreía, apuraba un cigarrillo y recién después otro y otro, y lo miraba todo con la arrogancia del filósofo indiscutido o del retador que oculta el miedo.
Así me sorprendió el gol de
Kempes. Era mi primer gol, y entre el barullo me quedé un espacio emocionado, sin pensar en más nada. Nunca habría podido imaginar un júbilo tal, la felicidad desbordada se extendió como para siempre. Sin embargo, qué hermosos y desconcertantes matices esconde este juego. Cuando Holanda empató, ¿qué sé yo?, sentí como un frío. Me daba bronca, me parecía una cagada grande aflojar ahora, y me ahogué en aquel silencio de tristeza. Con la pálida general la cancha parecía un velatorio, ¿viste?, porque eso mismo es lo que parecía la cancha. Y yo quería ganar, más que nunca; ganar a cualquier precio como el Estudiantes de los tiempos de
Zubeldía y
Bilardo. El fútbol ya no era el juego más lindo, aquel que encumbraron hombres como el “Charro”
Moreno, que comandaba la delantera de River que le decían “La Máquina”,
Alfredo Di Stéfano,
Pedernera,
Brindisi…el fútbol era, más bien, un fervor patriótico, más fuerte que el hambre, más necesario que respirar.
Cuando marcaron,
Kempes otra vez, y
Bertoni, en el extra-time, me sentí como en un sueño. Ni el más sabio podé definir la felicidad. Es algo como un susurro, ¿viste?, pero que si se grita ya no es nada, no sé, es raro. Y si te da por explicar las cosas te acabás convenciendo de que también pasaste momentos malos, pero luego andás pudiéndolo contar con este orgullo intacto de campeón, y eso es lo mejor de todo… pero era mi primer partido, ¿no es cierto?, yo sería diferente sin aquellos dos goles en la prórroga, ni mejor ni peor, distinto.
Pero la historia no es ésta. La haré corta porque trato de parecer humilde. Al término me quedé mirando al “Flaco”
Menotti mientras nos daban la copa y estaba ahí, sentado, con el cigarrillo perpetuo en la cara, y me miró agradecido. Me miró,
Menotti, el campeón, el que le había quitado al combinado el miedo a las grandes citas, inventor de un método, de un espíritu, un tipo admirable de veras, me miraba a mí. Entonces comprendí que fue el único que se dio cuenta.
En el minuto 90, antes del final, con uno a uno,
Rensenbrink pateó despacio. Suficiente, pensó él. Se acabó, pensó
Menotti. Pero no, el poste perdió el gol. Los hay que olvidaron esa jugada, como si les hubieran recetado a todos un golpe en la cabeza, una cura de amnesia.
Vuelvo a repasar en mi interior el lance. Sí, fui yo, yo lo evité. ¡Mírenme bien, yo lo evité!.
No tuve fuerzas para volver a intervenir como aquel día; cuando iba al arco, al botar, tiré por otro rumbo y sólo un hombre lo notó.
Ahora, deshinchado en este cuartito, me entretengo contándole a los demás balones que yo también salí campeón.
2 comentarios:
Plas, plas, plas!
Digno de salir en "Cuentos de fútbol" de Valdano, sí señor.
Celebro el aplauso, sobre todo viniendo de quien viene (que sé que eres Ángel Cappa camuflado). Me alegra que te haya gustado, Mediocentro revenido.
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