Por la influencia británica, o váyase usted a saber la razón, ha pasado a ocupar un lugar destacado en los libros de historia la ídem de la extinción del dodo. Pájaro poco agraciado, que unió a sus cualidades de "víctima ideal" un sabor agradable. Terrible combo.
Se extinguió el dodo (raphus cucullatus) en las islas Mauricio, que puesto uno a extinguirse, no es mal lugar. Fue por culpa de la llegada del hombre, el saqueo de los nidos, las enfermedades que trajeron los animales domésticos (simios no incluidos), la deforestación. Todo lo bueno de la civilización le iba mal al dodo. Qué tiquismiquis, por favor.
La taxonomía oficial se ha olvidado, sin embargo, de un primo-hermano del dodo, otro pajarraco con mucha más rasmia, que fue documentado por Félix de Azara en sus viajes por el Nuevo Mundo. Estamos hablando, claro está, del aivadái. Hermoso, columbiforme y gigantesco, el aivadái (raphus recius) tiene el mismo origen que el dodo y comparte sus cualidades atléticas, pero con mucha más profundidad espiritual.
Observó el naturalista:
"El aivadái escucha una bandurria y comienza un leve bailoteo parasimpático siguiendo el compás, al que seguirá a buen seguro un canto destemplado que recuerda a la jota aragonesa".Féliz de Azara (1742-1821) era de Barbuñales (Huesca) y sabía perfectamente de lo que hablaba.
En sus dibujos representa la curiosa razón por la que los nativos no lo mataban al aivadái, a pesar de sus jugosas carnes, su incapacidad para la huida y su naturaleza discutidora. Los nativos valoraban su extraordinaria practicidad.
Escribe don Félix:
"Uno de los indios ha de limpiar el suelo de su choza y procede de un modo distinto al que lo haríamos nosotros. En lugar de ponerse de rodillas, agarra un pájaro aivadái, le da la vuelta, moja el vistoso penacho de la cabeza del ave en agua y frota el suelo sin necesidad de agacharse. El pájaro permanece tranquilo y no se queja, porque aprovecha para comerse algún gusano desprevenido. Es el ejercicio de colaboración interespecie más extraño que hayan observado estos ojos cansados".Casi nada. Los indios del altiplano habían inventado la fregona sin saberlo. Ahora ya es tarde para ir a pedir royalties.
Hay muchas teorías sobre la extinción del aivadái. Yo os contaré la verdad.
Llegó un cura de Alcolea a la selva, con la negritud de sus sotana y su rictus. Se empeñó en construir una iglesia y los nativos le ayudaron. Porque no tenían otra faena.
Con el tiempo, a los aivadáis les dio por anidar sobre la flamante iglesia. Lo que fue muy celebrado por las gentes del poblado, ya que los aivadáis son aves que atraen la fortuna. Pero el cura se opuso.
¿Quién pagará los desperfectos ocasionados? ¿eh? decía a todas horas, mientras los nativos se miraban entre sí con cara de "¿por qué no nos hemos comido a este tío ya?".
"El que quiera aivadáis que se los ponga en su tejado", dijo el sacerdote enajenado. Y comenzó una persecución sin precedentes que nos dejó sin este gran animal acojonante.
Al cura lo tiraron catarata abajo. Pero esa es otra historia.
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