Empezamos el 2016 con un acontecimiento pintoresco:
el derbi aragonés. Partido grande de la segunda división del fútbol español.
Para hablar de ello
Nacho ha juntado
a lo peor de lo mejor en su blog. Y yo no me resisto a tratar el tema de la
rivalidad Huesca-Zaragoza, porque todo es cultura y a vosotros os queda tanto por aprender...
La Huesca que todos conocéis fue fundada al tuntún por los celtíberos, y la llamaron
Bolskan, como podían haberla llamado de cualquier otra forma.
Cuando en el siglo II a.C. llegaron los romanos decidieron cambiarle el nombre y quitarle letras. Se quedó en
Osca. Porque los romanos era muy pragamáticos y cuantas menos letras, menos trabajoso era grabar el nombre en el mármol.
Luego en Zaragoza hicieron lo contrario, y la
Salduie origial se convirtió en
Caesaraugusta. De locos. Desde entonces es habitual que entre vecinos no nos entendamos.
El historiador romano
Plinio "el de mediana edad" lo describió así:
Los habitantes de la Urbis Victrix de Osca llaman a sus vecinos del sur: "Chaeposus almendruum" con notable sorna. Y los impetuosos sureños les responden usando el apelativo "fatus".
Ya en la reconquista hubo sus tiranteces. Los cristianos conquistaron Wasqa derrotando a los soldados de la Taifa de Zaragoza en la batalla de Alcoraz (año 1096). En el partido de vuelta, comandados por Alfonso I el batallador, conquistamos Zaragoza (1118).
Así ha sido siempre. Pequeñas rencillas de nada. Seguro que las dos ciudades estuvieron enfrentadas en algún momento durante la Guerra de Sucesión. Sobre todo porque Huesca fue cambiando de bando cada cierto tiempo. No se descarta, incluso, que llegara a ir con ambos contendientes al mismo tiempo.
Por todo ello, el simio oscense que soy quiere ganarle mañana al Zaragoza a toda costa.
Aunque a veces recuerdo que el gran Carlos Lapetra (oscense nacido en el extrarradio) lideró la delantera de
"Los Magníficos" en los años 60. O recuerdo a ese Real Zaragoza de los 90 que jugó de forma brillante y ganó la milagrosa Recopa de 1995. Vaya respingo pegamos
con el gol Nayim. Uff, cómo nos salpicó aquella felicidad merecida.
Aunque luego vienen a mi memoria los duelos de baloncesto entre el
Peñas y el
CAI, a cara de perro. Me acuerdo del colosal
Mel Turpin enseñando el culo desde la ventanilla del autobús tras ganarnos en casa en la 89/90. Recuerdo nuestra venganza en el pabellón viejo,
en la 91/92.
Me hierve la sangre. Hay que ganarles.
Y así estamos. Hace una hora quería derrotar al Zaragoza y dejar la Romareda reducida a cenizas. Y en seguida he pensado que lo mejor era que reinara la paz y la concordia.
Y luego quería ganar por cómo nos han ninguneado siempre en los informativos de la tele regional. Pero después he pensado en que son nuestros hermanos, que ellos no tienen la culpa de que el centralismo les haya hecho así. Y diez segundos más tarde pienso que no, que ha llegado la hora de que rechinen sus dientes de rabia ante la goleada. Pronto les compadezco, porque nosotros tenemos la trenza, el ruso o las glorias, y ellos tienen los adoquines y las fruticas de Aragón.
Soy el aficionado indeterminado. Nunca sé exactamente en qué postura estoy, sólo veo una nube de probabilidades.
Porque estáis asintiendo al truco final de la rivalidad bien entendida.
Si el Huesca pierde, seremos aragoneses todos. Si ganamos, disfrutaremos de sus tibias lágrimas.
En realidad los cheposos tienen su punto.
Yo viví varios años en Zaragoza. El primer día llegué cargado con dos maletones. Cojeaba ostensiblemente por un tremendo esguince de tobillo. La calle olía a col. La situación no podía ser más adversa. Estaba a punto de maldecir el nombre de la ciudad, (con sus letras de más) y se me acercó una chica joven a ofrecerme ayuda. Me vio cojeando y se ofreció a llevarme una maleta. Llevaba 1 minuto en la ciudad maldita y aquel gesto me emocionó.
Por eso amenazo:
Que nadie ose en el mundo entero meterse con Zaragoza o los destruiremos.
Con ellos sólo nos podemos meter los de Huesca.
Son nuestro amadísimo enemigo.