Roma, 24 de marzoTras pasar una noche agitada,
Francisco tarda en levantar cabeza. Lleva el sobre del difunto
Ratzinger en el bolsillo y cada cinco minutos comprueba que sigue allí (un par de veces incluso lo nota vibrar). Tras el ángelus vuelve a su estancia. Saca el sobre. Se sienta. Lo mira. Vuelve a abrirlo y repasa su contenido. Por un lado, una tarjeta con las instrucciones para recuperar el dinero robado.
Francisco clava los codos, se concentra unos minutos, la memoriza y la quema. Luego se fija en dos llaves antiguas, una de oro y otra de plata. Las guarda en el bolsillo del disfraz papal. Por último, saca del sobre un
diskette. ¿Dónde va a encontrar en el año 2013 un ordenador que lea
diskettes?. En la biblioteca secreta del Vaticano, piensa. Esos ordenadores nunca están ocupados.
La biblioteca es un lugar inexpugnable. Todas las medidas de seguridad son pocas para albergar incunables que no tienen precio. Por no hablar de la información confidencial guardada durante tantos siglos. El
diskette-cabaña
da cobijo a un solo archivo:
priores.txtAl abrirlo aparece una lista cronológica de todos los líderes de la extraña hermandad. Los ojos del papa se detienen, sobre todo, en aquellos que le resultan familiares...
Carlo Pedersoli,
Alfonso de Borbón,
Robert Kennedy,
Aldo Moro,
Giuseppe Di Vittorio,
Henri Poincaré,
Leopoldo I de Bélgica,
Denis Diderot,
Cosme III de Médici,
Gian Lorenzo Bernini, el papa
Inocencio X,
Pietro Perugino... la lista es heterogénea, pero el nombre de
Pietro Perugino activa un resorte interior en la cabeza del Santo Padre. Durante la comida sigue dándole vueltas al asunto.
- ¿Me ha hecho llamar, Santidad? - la
Hermana Fernández se presenta con una sutil reverencia, casi irónica. La relación entre ambos se ha estrechado bastante en las últimas jornadas.
- Quiero consultarle algo. El tipo del museo, el gemelo, ¿tienen el vídeo?
- Sí, ya se lo enseñé...
- No no - interrumpe
Francisco - ese no. Necesitaría ver el vídeo de su visita a la Capilla Sixtina.
- Se lo busco inmediatamente. Soy toda suya. - Contesta la monja, ferviente. El Santo Padre se ruboriza.
- Aquí, ¿lo ve?
- No
- Acérquese más, que no muerdo.
Francisco se aproxima al
iPad y distingue la silueta del hombrecillo, en blanco y negro.
- Pasó mucho tiempo en la Capilla, sí, pero solamente se fijó en dos frescos de la pared norte. - La
Hermana Fernández siempre cumple su trabajo con precisión.
- Sí, ya lo veo. - El Santo Padre sonríe. - Sólo hay una forma de saber lo que eso significa.
Desde el anuncio de la quiebra vaticana, se había multiplicado el hermetismo y se habían suspendido las visitas turísticas.
Francisco y su jefa de espionaje se encuentran la Capilla Sixtina vacía.
- Primero se detuvo allí. - El papa sigue el recorrido de la grabación. Mira el fresco de la pared. - Frente a la "Entrega de las llaves a San Pedro", del maestro renacentista
Pietro Perugino.
Conoce bien esa imagen.
Jesús entrega las dos llaves del Reino de los Cielos a su apóstol más querido. Son las dos llaves del emblema papal, pero
Francisco piensa en las dos llaves que guarda en su bolsillo. Sigue sin encontrar la relación.
- Y luego...
- Luego vino exactamente... - se desplaza con zancadas largas - hasta aquí. "El Bautismo de Cristo", obra de
Pietro Perugino.
- ¿El mismo autor? - se sorprende la
Hermana Fernández.
- Extraño, ¿verdad?
Las dos elegantes recreaciones de la vida del
Mesías podían estar escondiendo claves del enigma. Salvo el estilo pictórico, la única similitud entre ambas imágenes era la repetición constante de la figura de
Jesús. Incluso en el fresco del bautismo había colocado juntos a dos de ellos, representando las dos visiones paralelas de
Jesús, la divina y la humana, como hábilmente destacaban los expertos.
No puede sacarse de la cabeza el poderoso secreto que
Ratzinger le había querido desvelar antes de morir. Pero el alemán había insistido en que "fue descubierto durante el Concilio", y esos frescos llevaban allí cinco siglos.
Comprobación rutinaria: Las llaves siguen en el bolsillo, pero ¿dónde ha guardado el
diskette?. Regresa a la biblioteca secreta. No, en la rendija del ordenador no está, qué cabeza la suya. ¿Y entonces? ¿dónde lo ha podido dejar?
- ¿Está buscando esto? - escucha la misma voz retumbante de la habitación 616 del hotel Rocamar de Sitges. 3 estrellas, wifi gratuito, minibar, habitaciones renovadas.
Francisco reconoce al hombre que sostiene con dos dedos el
diskette. Se siente turbado.
- ¿Pero ustedes entran aquí como
San Pedro por su casa? - le espeta, indignado.
- Somos los cerrajeros de Dios, no tenemos barreras - responde
Bud Spencer, y en seguida pasa al ataque - ¿Cómo le ha ido la misión que le encomendamos?
- Precisamente ahora me iba a poner con lo vuestro. Mañana os digo algo. - Sale al paso el Santo Padre.
- Mejor hablemos ahora. ¿Qué dijo el viejo?
- Nada.
- ¿Nada? ¿Pues entonces de qué nos sirve usted vivo? - lanza la pregunta al aire, saca un 38 y le apunta con desdén.
Francisco sabe que es inútil pedir ayuda: A estas alturas de la historia tampoco puede pedir un milago (ay, piensa, si hubiera rezado más...)
- Antes de matarme podría contarme ese gran secreto que les hace tan poderosos - intenta ganar tiempo y, de paso, saciar su curiosidad - total, me va a matar igual...
- Me encantaría pero tengo mucho lío hoy por la tarde. Prepárate a morir.
Se escucha el
clic del percutor.
Luego se escucha un disparo. Pero no es un disparo normal, parece de juguete. No resuena en la quietud de la biblioteca.
Francisco se palpa y está entero, sin agujeros. Mira a su interlocutor e interpreta la mueca de su rostro. El orondo cuerpo se derrumba tras varios segundos tambaleándose. Justo detrás, descubre a la
Hermana Fernández empuñándo una
glock 17 con silenciador (el arma favorita de las monjas).
- ¿Quién era? - pregunta.
- Nuestro enemigo - responde él.
- Pues ya está, se acabó. - Sentencia ella.
- No, nada de eso, que lo tienen repe.
El papa sabe que de esa religiosa de hermosos ojos puede fiarse. Decide contarle el lugar exacto en el que se han estancado sus pesquisas. El descubrimiento accidental de un gran secreto durante el Concilio lo cambio todo. Pero ¿qué descubrieron?. "La cripta", dice la
Hermana Fernández, "yo era una niña y recuerdo que fue una noticia de primera plana".
Francisco se golpea la frente con la palma de la mano. La tumba de
San Pedro fue encontrada debajo de la actual basílica. La excavación se llevó con un secretismo absoluto y duró años. ¡Ajá!. Cada vez están más cerca, puede sentirlo.
Recorren la necrópolis vaticana, su piedra vieja restaurada. Avanzan por la gruta hasta situarse en una cámara justo debajo del baldaquino. Huele a fruta podrida y a polvo.
- ¿Qué hay allí exactamente? - pregunta el Santo Padre a su intrépida guía.
- Cuando dijiste las palabras "San Pedro", "secreto" y "oculto", en seguida pensé en una urna de piedra a la que nadie presta atención, en el mausoleo contiguo a la cripta y al muro rojo.
Cuando las dos linternas enfocan al unísono la urna, aparece una doble inscripción simétrica del monograma de
Cristo (XP). La
Hermana Fernández señala una extraña cerradura. Al papa le da un vuelco al corazón, busca en su bolsillo y extrae las dos llaves. Por fin.
- No, son demasiado pequeñas - dice la monja, que observa el proceso con interés.
- No puede ser... -
Francisco está convencido de que esas llaves abren un compartimento secreto. Y se resiste a pensar que no es ese. - "Dos llaves para la misma cerradura". - Repite en voz baja la consigna de la
Doppia del Popolo que le enseñó
Ratzinger minutos antes de morir.
Junta las dos llaves, resolviendo una especie de puzle. Prueba entre temblores y... ¡funciona!.
En una de las 129 habitaciones de la Residencia de Santa Marta, el hombre y la mujer observan un libro muy antiguo (más de 11 siglos, calcula a ojo el pontífice). Palabras. Sólo palabras. Eso era lo que se había convertido en el arma más poderosa de la cristiandad: "El Libro Negro".
Sólo necesitan leer los párrafos que señalan los marcadores de seda de colores. En el primero, se habla del bautismo y a
Francisco le evoca el cuadro de
Pietro Perugino. Son versículos escritos por el propio
San Pedro, y en ellos hace frente a las tergiversaciones milagreras de
San Pablo. Pone por escrito la gran verdad que el mundo no está preparado para conocer:
Jesús tenía un hermano gemelo.
Con el lenguaje de una confesión, cuenta que la metáfora de la resurrección se convirtió en algo tan influyente que decidieron dar el cambiazo. Fue sólo un truco de prestidigitador, una farsa.
Jesús murió y le sustituyó su hermano gemelo.
El efecto del texto es devastador, tanto para la
Hermana Fernández como para el Santo Padre. Acaban de descubrir que han consagrado su vida a una mentira y que, desde décadas, quizás siglos, la cúpula del Vaticano ha sostenido la fábula en su provecho.
Ha anochecido. En sus rezos,
Francisco le pide a Dios una señal, sea la que sea. O al menos le pide que mantenga un silencio digno en segundo plano mientras ambos, la monja y el pontífice, reniegan de él. Afuera se escucha la tormenta.
Cuando, como hoy, llueve intensamente en Roma, se diría que el aura añeja y apabullante de la ciudad se deshace, que el vertiginoso remolino de matices que son sus calles descansa, que el sempiterno murmullo se reduce a un susurro leve y que algo muere para siempre.
Nicosia, 26 de marzo de 2013Por la terminal internacional del aeropuerto de Lárnaca, en Chipre, pasean dos recién llegados. Ella viste un vestido naranja que quita el hipo, él un sombrero playero, pantalones de
sport,
rayban y una camiseta azul de los Pixies. Un taxi les traslada a su suit del hotel Hilton, en Nicosia. Chipre está llena de periodistas que cubren el
crack bancario del país, les conviene pasar desapercibidos.
El rayo más fotogénico, el que ocupó todas las portadas y abrió todos los noticieros fue el que cayó sobre la cúpula de San Pedro. Aunque lo grave fue la tormenta eléctrica, las decenas de réplicas que le siguieron. La lluvia paró y dejó paso al fuego, con varios focos, que hicieron el incendio incontrolable. El propio papa ayudó a evacuar cada uno de los edificios, hasta que despareció entre las llamas. "El héroe de Roma", le llamaba el
Corriere della Sera, con la deferencia que suele tenerse hacia los difuntos.
Jorge Mario Bergoglio (en adelante
Giuseppe Cartone, como indicaba su pasaporte falso) había escapado con la
Hermana Fernández (en adelante
Oriana Lucchese) por los pasadizos del Vaticano. Ahora, sentado en la cama, piensa en el renacer del catolicismo. Mientras sea pobre, no habrá conjuras. Está en la naturaleza humana, y una vez que se pierde la fe en Dios, sólo queda aferrarse a la naturaleza humana, con sus cosas buenas y sus cosas malas. Ella pasa a su lado y le dedica una suave caricia en la nuca.
Han cumplido con los procedimientos que el ruso había preparado para recuperar el dinero. 18.000 millones de euros son una fortuna obscena, pero ahora constan a su nombre. De todos modos, todavía no han podido oler ese dinero, el corralito chipriota ha dejado las cuentas bloqueadas. Como siempre: una de cal y otra de arena. Cada avance siempre lleva implícito su retroceso.
No piensan devolverle a la Santa Sede (o a sus corruptas cenizas, más bien) la suma robada. Tienen decidido gestionarla por su cuenta. Desde mañana se dedicarán a seleccionar proyectos por todo el mundo, iniciativas locales, honestas, apasionadas, que merezcan realmente la pena. Cada una de ellas recibirá una donación mínima de 500.000 euros. De esa semilla, piensan, nacerá un futuro un poco mejor.
Sale la
Hermana Fernández de la ducha, con microgotas como lentejuelas por toda su espalda morena y tersa. El papa
Francisco, el mismo que había sido dado por muerto en el pavoroso incendio de Roma, mira de soslayo a la mujer. Ella siente su mirada y deja caer la toalla.
- Eres mi nueva religión - dice el hombre, poco hábil con los cumplidos.
Ella le sonríe.
- Ven, papito, vamos a recuperar el tiempo perdido.
FIN
___________________Gracias a todos por participar.La próxima semana haremos el sorteo del libro de Molinos, permaneced atentos.
Si alguien tiene alguna duda sobre la historia, quiere hacer cualquier consulta sobre el pasado o el presente de los personajes, o ve algún cabo suelto, que lo pregunte en los comentarios.