Todos aquellos que se aventuraron a estudiar los secretos de la seducción mediante escáneres cerebrales y tecnología de última degeneración han fracasado. Obtuvieron millones de gráficos incomprensibles, manchas de colores, una buena cena fin de proyecto en la que hubo karaoke y todo… pero resultados, lo que se dice resultados, ninguno.
También se dieron de bruces con la realidad los que se dedicaron a documentar los clichés de los machos alfa en las películas de Hollywood. Hacerse detective en el mundo de hoy, lo queramos o no, es distinto a como era antes. El blanco y negro nos daría un aspecto elegante, pero la vida es y seguirá siendo en technicolor. Los diálogos con chispa y picardía se nos ocurren, sí, pero tres días después de necesitarlos (y no es plan de llevar siempre un guionista encima, con lo plastas que son y lo que beben).
Donde los demás se hundieron, yo triunfaré. He dedicado mi vida entera, y algunos minutos de la vida de mi esposa, tratando de entender el porqué. Y resulta que lo más importante era encontrar el dónde.
Me explico: Un macho de la especie humana quiere follar. No sé pregunta por qué, se pregunta dónde. ¿Qué buscará ante esa apetencia? ¿Cuál será su primera opción? Irá al barro. ¿Y dónde está el barro? Mayormente en la intersección de la tierra y el agua. ¿Y dónde hay más de eso? En la ribera, en la costa.
Esto explica muchas cosas, ¿verdad?. Pues sí, la gente va a la playa y allí, por un influjo extraño, la pasión se desata. Piensa en esas guiris locas de Lloret de Mar. Piensa también en esa rubia con la que te liaste cuando estuviste en aquel campamento junto al pantano (sí, esa que nadie llegó a ver). Ya tenemos el dónde. Nos lo imaginábamos un poco, claro, solamente faltaba que el método científico lo corroboraba con su pétrea verdad.
Para saber el cómo (importante también), observaremos las directrices de los maestros del barro, las criaturas del estanque.
De adolescentes somos igual que las capibaras. El roedor más grande del mundo vive siempre en la orilla, y allí persigue a la hembra, se sumerge, juguetea, en un cortejo que dura demasiado tiempo. Luego, mientras la hembra sale a secarse, tiene que quedarse un rato más dentro del agua para que se le pase el calentón. Un buen inicio, por tanto, es la aguadilla, el interés lúdico, el jijí-jajá, un medirse sin exponerse.
Crecemos un poco y la madurez sexual nos golpea de lleno con toda su crueldad. Somos insignificantes, como el macho de la musaraña. Queremos meter el hocico en todas partes, nos late rápido el corazón y arriesgamos el pellejo. Vale, nos olvidamos del resto de cosas importantes de la existencia, nos pasamos el día pensando en las musarañas… es inevitable.
Ya eres adulto. Sorpresa. Miras al cisne y dices “qué elegante, qué clase”, cómo pasea el tío junto a su hembra. Eso no debe de estar mal ¿verdad?. Pero te miras fijamente en el espejo y lo que ves no es un cisne, se parece más a un pelícano.
El pelícano acaba teniendo una pareja por año. El macho ha de esforzarse al principio, luciéndose, interesando a la hembra, a veces de forma ridícula, otras veces peor. En ese escenario de buena voluntad y vergüenza ajena, la hembra elige y ¡cuidado! se acerca. ¿Qué hace el pelícano, ese sabio de la orilla?. Le acepta pero luego le rechaza. Le obliga a perseverar haciéndose el duro y luego, si se aleja demasiado, le suplica que vuelva. Eso es ser un adulto sexual, agresión y sumisión mutua.
Con suerte se llega a la estabilidad del flamenco, que no sólo mantiene estupendamente el equilibrio con una pata, sino que es un monógamo resignado y alegre, tratando de vencer a la rutina con detalles, con cariñitos, y apuntándose al gimnasio para estar lo más rosa posible.
¿No os gusta la alternativa? Bien. Aunque ojito, no os vaya a suceder como al dragón de komodo, depredador implacable de las orillas, bestia abyecta que luego no es capaz de ganarse el respeto en su propia casa. Porque la hembra puede, mediante partetogénesis, poner huevos viables sin necesidad de machos. Ya veis, un “que te aguante tu madre” en toda regla.
Con el tiempo, y si no nos aplicamos en la conquista, nos quedaremos vagando sin remedio como el más solitario de los habitantes que haya habido en lago alguno: ese plesiosaurio anacrónico que la tradición conoce como el “monstruo del lago Ness". Ya puedes ir de taberna en taberna, de gintonic en gintonic, si no queda nadie de tu especie sólo conseguirás molestar a las nutrias.
Desde mi emplazamiento junto al estanque observo y observo. A mí mujer no le importa demasiado, es una santa, mientras yo esté contento y entretenido… también cuenta que ella no existe, es imaginaria y nos queremos (la imaginación puede ser un óptimo plan C).
Yo no me rindo, persevero en el estudio. Los secretos de la seducción están en el barro, no es arbitrario su uso simbólico en el Génesis. Aquel Señor que lo dictó sabía cosas más útiles que andar sobre las aguas.
Todas mis conclusiones aparecerán explicadas en mi próximo libro científico, de tapa y cara dura. Pero vamos, mejor será que vosotros os esperéis a que hagan la película.
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¿Qué os parece este juego de analogías trufado de falso espíritu investigador?
Pues acaba de aparecer publicado en la revista El Cuaderno del Yeti, una maravilla de la producción casera que no deberíais perderos. Todo es genial, menos mis textos (aunque este os lo habéis tragado enterito, ¿eh?, por sorpresa).
Podéis ver el número de este mes: AQUÍ
Y el resto de números publicados en este otro enlace.
Para saber más de la capibara, la musaraña, el pelícano, el flamenco, el dragón de Komodo y el monstruo del lago Ness, revisad las fichas de Animales Acojonantes.
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13 comentarios:
plas, plas, plas...
"Todo es genial, menos mis textos"
En la escala de falsa modestia bloguera estás entre 70-80 puntos.
Y por comentar el tema del post..yo soy de otro ecosistema...nada de agua, nada de arena, nada de barro.soy más de ecosistemas frios.
y ahora el segumiento....
Genial, como casi siempre.
Un placer imaginarte cual Félix Rodríguez, observando a la fauna retozar por el lodo.
Saludos.
Hala chico, me ha fascinado tu espíritu investigador y la manera de dar a conocer al mundo tus descubrimientos.
La revista mola TODO :*******
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Barro es mi profesión y mi destino
que mancha con su lengua cuanto lame.
Barro en vano me invisto de amapola,
barro en vano vertiendo voy mis brazos,
barro en vano te muerdo los talones,
dándole a malheridos aletazos
sapos como convulsos corazones.
Teme que el barro crezca en un momento,
teme que crezca y suba y cubra tierna,
tierna y celosamente
tu tobillo de junco, mi tormento,
teme que inunde el nardo de tu pierna
y crezca más y ascienda hasta tu frente.
Teme un asalto de ofendida espuma
y teme un amoroso cataclismo.
Antes que la sequía lo consuma
el barro ha de volverte de lo mismo.
Miguel Hernández
P.D. Porque el barro, como el rayo, nunca cesa. Para usted, querido.
En resumen, que somos unos animales... ¡¡Pero eso ya lo sabíamos, hombre!! O eso, o la metáfora es que somos muy 'pájaros'... (Con permiso del dragón de komodo, o mejor dicho, de la dragona, que es la que lleva los pantalones en su feudo) Eso sí, suerte que Dios nos creó a su imagen y semejanza...
No sé, profe... yo llevo mucho tiempo ya en esto de entender lo de la seducción y tal, y sigo sin tener puñetera idea de lo que pasa. Su texto me ha gustado mucho, sin embargo, y me ha hecho mucha ilusión la mención del capibara, roedor entrañable y raro de ver al mismo tiempo.
Hay cosas que es mejor descubrirlas a través de la práctica. Sólo así descubrimos su verdadera dimensión. Y a ser posible bajo un confortable techo en un aún más confortable lecho.
Saludos.
Gracias, Molinos. Existe el barro frío (creado con agua fría) pero allí la fauna no está para muchos cortejos.
Mi falsa modestia bloguera no puede sorportar tus elogios. No consiento que seas más humilde que yo.
Alejandro, con unos prismáticos y una fiambrera con tortilla de patatas por si me entra el hambre a media mañana. Tus imaginaciones coinciden exactamente con la realidad. ¿No me estarás observando en mi árbol con tus prismáticos?
Aliena, gracias. La revista es brutal. Ya tengo el tema del mes que viene, a ver qué puedo cocinar esta vez.
Nancy Botwin, gracias por ese poema embarrado y sublime. ¿Cuánto se debe?
Anónimo/a, dicen que Dios nos creó a su imagen y semejanza y cuando vio lo que salía tomó conciencia de sí mismo y se deprimió bastantes siglos.
Luego se dio cuenta de lo divertido que era ver hacer cabriolas a los monos y le empezó a coger el gusto.
Nana, el carpincho o capibara tiene todo nuestro respeto en la Academia. El roedor más grande del mundo, nada más y nada menos. Son palabras mayores.
Elvis, estoy de acuerdo. Hay que llevarse el barro a casa.
Me quito el sombrero. ¡Ah! y de paso me he partido
Me quito el sombrero. ¡Ah! y de paso me he partido
Ojal-a, acepto el caballeroso gesto con dignidad y gratitud. Puedes ponerte el sombrero de nuevo, no te quites más ropa que como entre alguien al despacho va a ser muy embarazoso.
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