Ayer estuve viendo libros. Todos tan nuevos, tan ordenados...
Cada vez que veo las novedades editoriales todas juntas me parece aterrador. ¿Esa marabunta de libros se vende?, es decir, ¿la gente los compra?.
Se escriben muchísimos libros. Con sus renglones, sus párrafos, sus portadas, sus sinopsis, su código de barras, sus solapas con la foto del autor/a, su título (presuntamente) llamativo...
Los libros nuevos me dan algo de pena.
Porque veo el Amazonas deforestado (es curioso que la mayor librería del mundo se llame Amazon) y sobre todo veo
la soledad del libro nuevo, que sale de la imprenta cargado de ilusión y se ha de enfrentar a una feroz competencia en las librerías.
Es mucha zozobra para una pobre novela indefensa, incluso si se trata de una novela policiaca escandinava.
Así soy yo. Salen los libreros al centro de la ciudad y yo me enternezco.
A lo mejor en toda esa emoción influían los tres viajes de vino de pueblo que me había tomado para bajar el botillo del Bierzo que me metí entre pecho y espalda. Creo que voy a estar eructando hasta el viernes, pero oye, un amigo nos invitaba y no podíamos hacerle un feo.
En fin, que me desvío del tema. Los libros nuevos y sus problemas de identidad. La masificación. El desamparo.
Yo siempre he sido más de libros viejos. Con su olor a viejo, a literatura. Libros sobeteados, ediciones y tapas imposibles, presuntamente elegantes... libros descreídos que están de vuelta de todo, que han visto tantos ojos fascinarse o aburrirse entre sus páginas que ya no le dan importancia, que se conforman, que se enorgullecen de su tipografía anacrónica, cínicos en sus estanterías, testigos silenciosos con esquinas dobladas a las que nadie volvió nunca.
A veces un libro es la viva imagen de su autor. Pero nunca tan pronto, nunca en la primera edición. Hay que esperar un tiempo, diez, veinte, cincuenta años, a que la sabiduría rezume, a que se afloje el lomo y bailen las tapas.
Cuando miro mis libros viejos de segunda y tercera mano, imagino que yo también me volveré amarillento algún día.
Descosido y sonriente, como ellos, intentaré seguir siendo útil.
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8 comentarios:
Puff! Entrada melancólica. Yo, sin embargo, soy más de libro nuevo. Los libros viejos no me gustan. Cierto es que se imprimen muchos libros que nadie leerá, pero también se imprime el BOE o los menús de los restaurantes chinos que me encuentro cada vez que abro el buzón.
Yo, los que me compro, los leo. Casi siempre.
Ahora con el libro digital solo envejecen las líneas, las palabras, las ideas.
Me encanta el olor del libro viejo con sus páginas amarillas que parecen casi marrones en los bordes........
Ignore este comentario-desahogo:
Por vez primera, una rosa roja se acomoda en mi casa; entre mis libros (testigos silenciosos), mi libro (juez y parte) y mis desvelos.
El día de los enamorados debería ser el 23 de abril.
Niño desgraciaíto, yo recuerdo ser joven y todavía más pobre que ahora, y rebuscar en las librerías de segunda mano, encontrar joyas de la literatura universal. O llevarme a casa un ejemplar encuadernado en piel de la biblioteca pública.
Siento que tengo una relación muy cercana con los libros viejos, con las esquinas dobladas.
El libro digital lo cambiará todo. Brindo por ello.
Hund Dido, es el olor insano de la literatura. Repulsivamente excitante, poso de sabiduría.
Nancy Botwin, merecida está esa rosa roja.
A mí, lo confieso, me gustan esas rosas de colores raros, amarillas, azules... pero la rosa roja tiene su aquel.
A mí los libros nuevos me ponen de una mala leche impresionante. No quiero decir que todos sean una basura (o malos, o accesorios) ni que deba dejarse de publicar material nuevo... pero no puedo evitar pensar en las mesas con novedades como un estante del Bershka. Mucho material nuevo que ha sido elaborado con poca dedicación, algo que no marcará estilo y que se limita a explotar algo que ha funcionado y se quiere hacer rentable. En el fondo, lo que me gustaría es que diera la sensación de que publicar un libro sigue siendo algo importante, algo bonito, algo que merece la pena... y viendo la abundancia de ligerezas con portadas llamativas uno siente que no tiene ganas de entrar en ese rollo. Vaya mierda que ya ni siquiera nos queda soñar con lo estupendo que sería ver nuestro nombre en una portada.
Me he puesto un poco pesimista, pero creo también que hay esperanza. Como Blackie Books, que hace que los libros molen.
Ana Arándanos, lo malo no es que publique todo el mundo. Eso está bien, y con el libro electrónico será un fenómeno en expansión. Lo traumático es querer venderlo luego todo junto, amontonado en las mesas (como en Bershka, tal y como dices).
Yo también echo de menos esa sensación del libro como objeto mayúsculo por descubrir. Como una mujer con personalidad a la que se puede encontrar en una tienda de segunda mano (suena mal pero es así), un objeto que uno nunca está seguro de merecer del todo.
Me gustan los libros de Blackie Books. Pero me gustarán más cuando sean viejos y se les arrugue el lomo.
A ver, que llevo pensando en venir a decir que esta entrada me ha encantado...pero no habia tenido tiempo..
Me ha encantado esta entrada.
Aunque no tenga alimoche.
ya está dicho.
Me voy.
Molinos, sin alimoches todo es un poco peor. Eso es así.
¡Muchas gracias! Con ese espíritu positivo puedes volver cuando quieras.
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