Dicen que cuando uno muere pasan todos los momentos de su vida en una rápida sesión de filminas, un power-point de sensaciones, un vistazo al perfil de facebook, el álbum de cromos de la desdicha y la felicidad, la colección de minerales y rutinas, los títulos de crédito.
Yo certifico que todavía no me he muerto, por lo tanto no he visto ese montaje final de un dios ocioso.
Esta noche, en el concierto de
Sabina, sentiré que el rifle de repetición de su garganta rota dispara una tras otra las canciones de mi vida, pegadas a mí como el napalm, desde el día aquel en que le descubrí emboscado en una cassette, siendo (yo al menos) un tierno adolescente.
Si lo pienso bien, es la primera vez que voy a un concierto a ver pasar mi vida ante mis oídos.
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2 comentarios:
Profe, haz una croniqueja del concierto. ¿Sigue vivo ese individuo? Yo lo admiré desde "Inventario" hasta "Joaquín Sabina y Viceversa en directo" (no fui al Teatro Salamanca, viviendo yo en Madrid, porque me pareció un escándalo propaprogregandístico, y porque no invitó a Alberto Pérez). Luego lo he celebrado, con el reparo de no soportar su persona, hasta "19 días y 500 noches". Siempre me ha quitado la respiración, me ha hechizado y me ha vuelto del revés el corazón. Hoy tendrían que darme un año de sueldo para que yo me metiese en un macroconcierto suyo, en el que todos sus purefáns lo llaman maestro y le chupan las pelotas.
No, Alonso, no voy a hacer la crónica, es imposible resumir un concierto como este.
Es su última gira de macroconciertos y se le vio disfrutar como a un niño. Los presentes pagamos una pasta por la entrada, le llamamos varias veces maestro, e incluso torero, y decidimos chuparle las pelotas a él, en lugar de quedarnos en casa chupándonos las propias. Cada uno es feliz a su manera.
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