Los antropólogos han descrito cómo los cazadores de cabezas papúes, privados de su deporte habitual por la autoridad blanca, pierden el gusto por todo y ya no logran volver a interesarse por nada. No quisiera inferir que debiera habérseles permitido continuar con la caza de cabezas, per sí quiero decir que habría sido muy útil que los psicólogos se hubiesen tomado la molestia de encontrar alguna inocente actividad sustitutiva.
El hombre civilizado está, hasta cierto punto, en la posición de las propias víctimas de la virtud. Tenemos todo tipo de impulsos agresivos y también de impulsos creativos, a los que la sociedad no nos permite ceder, mientras que las alternativas que nos ofrece en la forma de partidos de fútbol y de lucha libre, son bastante inadecuadas. Todo el que espera que con el tiempo será posible eliminar la guerra, debería prestar seriamente atención al problema de la satisfacción inocua de los instintos que hemos heredado de muchas generaciones salvajes.
Por mi parte, encuentro descarga suficiente en las historias de detectives, en las que me identifico alternativamente con el asesino y con el cazador-detective, pero sé que hay personas para quienes esta satisfacción vicaria es demasiado tibia, y a quienes debería proporcionárseles otra más vigorosa.
Bertrand Russell, "Authority and the Individual", 1949
5 comentarios:
Yo también leo novelas policiacas, profe; más que de amor, que me suelen resultar pastelonas. En cine, igual: una mortandad adecuada, como la que produce Bruce Willis, me parece de lo más equilibrado. Y si no hay muertos, que al menos haya una buena ración de ostias. En deporte, prefiero los de mucho sudar, y me acuso de que me gusta el boxeo, todos los pesos. Pero no me basta. Quisiera que alguien me proporcionase el acceso a alguna satisfacción más vigorosa. ¿No podría, de vez en cuando, sacudir a un político con la mano abierta, del derecho y del revés, hasta que dejara de sentirla (la mano)? No haría falta que fuese siempre un político importante; podría ser un concejal de mi ciudad, sin ir más lejos. E ir rotando por los partidos, no sé. ¿Qué hago?
Prueba a golpearte a ti mismo, Alonso. Eso siempre funciona.
Acabo de hacerlo, profe. Magnífica sensación.
Profe, a mitad de tarde ya estaba otra vez deseando darle a algún concejal. Me he metido doce o quince bofetadas preventivas pero nada. ¿Qué hago? ¿Es cierto que la única piedra que no puede arrojarte tu enemigo es ésa con la cual te estás machacando la cabeza?
Alonso, la primera regla del club de la lucha es que no se habla del club de la lucha.
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