No hay teleserie en la que no tengamos la típica escena en la que la chocolatina, o lo que sea, se queda enganchada y no cae. Parte de una frustración cotidiana, porque las máquinas de vending son muy cabronas (sobre todo unas de Serventa que hay en el edificio en el que trabajo, les tengo un asco...).
Agustín Fernández Mallo le sacude fuerte a las máquinas expendedoras en su blog. Y no le falta razón.
Con lo bonitas que son, y fíjate lo mal diseñadas que están las máquinas de tabaco, programadas para humillarte. Estoy harto de las maquinas de tabaco. Todo parece muy bonito, todo marcha fenomenal, todo son luces colores en ese "pequeño infierno florido, en ese calabozo de aire", hasta que, en caso de haber cometido la torpeza de no introducir el dinero exacto, tienes que agacharte a recoger el cambio, esas monedas que de nada te valen pero que, no obstante, hay que recoger porque de lo contrario quedas mal, quedas de prepotente, de idiota, de creído, así que vas y te agachas, y las recoges, y es entonces cuando te das cuenta de la humillación: obligado a agacharte a recoger dinero. No podían, no, inventar un mecanismo que lanzara las monedas hacia arriba, que las dejara en un compartimento a la altura de tus ojos, un compartimento que te diera el dinero como se da el dinero sin humillar y los hombres de bien firman los pactos, ya sean contractuales o afectivos, de tú a tú, mirándose a los ojos, no, por ahorrar utilizan la gravedad, se valen de la gravedad -como los ríos y los suicidas, ese burdo y milenario mecanismo-, para devolverte esas pocas monedas, que ni siquiera son grandes sumas de dinero, no, sólo unas míseras monedas, y tienes que agacharte a recoger el dinero, ponerte a sus pies para recoger el dinero. Un humillación en toda regla. Tendría que estar prohibido ese sistema, la propia gravedad debería estar prohibida en estos casos, habría que denunciar ese maltrato, maltrato en el ámbito laboral, porque es laboral, porque cada vez que echas las monedas en la máquina de tabaco estás estableciendo un contrato con esa máquina, o con los dueños de esa máquina, o con el Estado, que está siempre está por ahí, en la trastienda de las cosas, o con el dueño del bar, no lo sé, pero estableces un contrato, la prueba es que si lo incumples te denuncian por incumplimiento, así que esta humillación de la que hablamos, ésta que te obliga a agacharte como si de un perro se tratara a recoger una monedas, pertenece al ámbito de lo laboral cuando éste se alía con las leyes naturales, con la gravedad, la gravedad que trajo de cabeza a Einstein, si ni Einstein la entendía, cómo van a entenderla los fabricantes de máquinas expendedoras de tabaco, qué locura, qué prepotencia y delirio de grandeza, qué humillación, le digo, y el camarero, con su bayeta, cierra de golpe el círculo húmedo sobre la mesa, y me dice, ¿me lo puede repetir?
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4 comentarios:
HOLA ME PUEDES DECIR DONDE TE PASA ESTO.
POR QUE NO ES NORMAL
UN SALUDO
Eso que te aparece el mismo texto en dos blogs y lo lees con la misma atención en un espacio de pocos minutos.
Pues eso.
La gravedad es un mal que todos sufrimos pero nadie comenta (al menos, no de una manera socio-económica!).
Aunque, el mejor motivo que se me ocurre, para tener que agacharse en esta vida, es para recoger dinero. Claro que tampoco lo he pensado mucho ... a lo mejor, hay otros...
Anónimo, si te refieres a las "máquinas malditas" están en Walqa. Si te refieres a mi cabeza... me pasa en todas partes, vaya donde vaya.
Chic, el copy-paste lo cambió todo. Y este comentario tampoco es original del todo.
Y eso.
Maru, tiene que a ver otros motivos mejores, incluso sin dinero de por medio... seguiré pensando... ummm... ya.
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