Kenenisa Bekele miró a sus perseguidores mientras la campana anunciaba la última vuelta; el estadio olímpico atronaba.
Aumentó el ritmo de su zancada, su corazón se aceleró, se quedó sin saliva mientras se contraían los músculos de su tórax.
Sabía que no podían atraparle y su mente voló hasta Etiopía, donde a nadie se le ocurriría correr 5000 metros en círculos.
Iba a conquistar su segundo oro olímpico en una semana. Sufría y, sin embargo, sonreía.
Enfiló la última recta y recordó los abrazos, las entrevistas, las recepciones, los flashes...
Dejar de correr... uff, eso sí que le daba pereza.
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2 comentarios:
Hombrerevenido, eres una máquina... el Ken Follett de la blogosfera... Microrelato pleno de formas verbales que indican acción y nos están dando una falsa visión del tema "pereza" para sorprender a todos con esa última frase: "dejar de correr... uff, eso sí que le daba pereza"
Eres un maestro.
Diego, soy maestro en la Academia por razones que exceden lo literario (saltar de rama en rama, lanzar excrementos, quitar pulgas...)
No he leído a Ken Follet, pero me encanta ese nombre.
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