Os cuento una historia formidable que me pasó el otro día, así me distraigo yo, os distraéis vosotros y se nos pasa la tarde del viernes de forma más amena.
Andaba una tarde por el Coso Bajo y me sonó el teléfono del trabajo. Allí mismo me paré, descolgué y comencé una conversación no demasiado exigente. Estaba de pie junto a un semáforo y, cuando se puso en rojo para los vehículos, observé que la conductora del primero de ellos me miraba. Era una señora de mediana edad, desconocida. Sin disimulo me miraba a mí, luego al disco del semáforo, luego a mí, y así alternativamente hasta que se puso en verde y, tras una última mirada, como si quisiera quedarse con mi imagen en su retina, arrancó el coche y avanzó.
Un cosquilleo de orgullo me recorrió la columna vertebral. No hay nada malo en que una mujer madura y con buen gusto fantasee con un joven (ejem) como yo. Que me recorra con su mirada lúbrica, con su mente experta en hacer vibrar a su marido que andaría en ese momento, qué sé yo, de pesca, y ella se había quedado abandonada, con su instinto a flor de piel, deseando ser saciada hasta la extenuación o el fallo cardiaco.
Seguía hablando mi interlocutor y yo le contestaba absorto, hasta que el semáforo volvió a detener los vehículos. Ahora era una joven veinteañera, de pelo revuelto y aires de modernilla, la que no me quitaba el reojo de encima. Era más disimulada que su antecesora, pero me di cuenta. Todavía tengo tirón entre las jovencitas, pensé. Y esbocé una sonrisa estudiada.
Lo increíble es que la chica que iba de copiloto en el coche de atrás, otra joven, morena, de bellos rasgos intercontinentales, también me miró, con ráfagas de escáner.
O estoy buenísimo o... sospeché... algo falla. Me miré la ropa. El olor no podía ser la causa, porque estaban a metros de distancia (descartado el sobaco o las feromonas). Me toqué como si nada el pelo. Estaba bien. ¿Un moco? No. ¿El blanco ese en la comisura de los labios? Que no sea eso, por Dios... No, menos mal. Camiseta normal. Pantalón normal. Zapatillas. Nariz, orejas, labios, ojos, todo limpio.
Hablaba por teléfono y empecé a fijarme en los coches que pasaban por la calle y sí, ellas se volvían a mirarme. El mundo se había vuelto loco. O eso o mi magnetismo (bastante irregular) se había desbocado con un cambio de polaridad, un agujero negro, la espuma del desplome bursátil, la crisis o algo.
El semáforo se puso en rojo de nuevo y me miró una anciana, una policía local y hasta la chica que iba haciendo prácticas de la autoescuela.
Terminó la conversación. Colgué el teléfono. Me froté los ojos.
Permanecí unos segundos, desbordando sensualidad por los cuatros costados. Pensando en los motivos, gustándome, dejando que el viento agitara mis cabellos, irresistible, vuelve el macho.
Podría haber seguido mi camino, con la autoestima por las nubes, si mi maldita curiosidad no me hubiera hecho girar la cabeza, mirar a mi espalda y descubrir un escaparate de ropa de mujer.
Eso miraban.
No a mí.
En el fondo yo les molestaba, les quitaba la visión.
Mejor así, pensé. Para cumplir con mi plan secreto de conquistar a todas las mujeres del mundo no quiero ventajas.
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9 comentarios:
Jajajajajaja!!
Jajajajajaja!!
Jajajajajaja!!
Y que sepas que cuando estás en la barra del Cubitos y piensas que te deseo con la mirada, no eres tú, sino las botellas del fondo...
Desde luego... eso en Chueca no te pasaría.
yo también miraría a un peaton parado frente a un semáforo que no cruza cuando le toca....
Reve, ¿quieres que te diga la verdad?... esas pelanduscas aprovecharon que detras había un escaparate para poderte admirar con tranquilidad.
Mono de a poco usted se va convirtiendo en un super heroe
No estoy de acuerdo. Es muy probable que miraran al escaparate, pero esta claro que si estabas en su linea de visión, también te miraron a ti. Y conociendo como es el sexo opuesto, te aseguro que te escanearon, ya no me meto en cual fue el resultado, pues para gustos: colores.
¡Lo sospechaba!, Pequeña Silvi. No era normal tanta mirada sedienta de... vamos, sedienta.
Peibols, tampoco he estado. ¿Qué pasa, que allí no hay semáforos?
Semianalfabeta, no no, que estaba a unos 3 o 4 metros del bordillo, no había confusión posible.
Dina, ¿tú crees?. No lo dirás sólo para que me sienta mejor ¿verdad?
Alberto, todavía no me he vuelto transparente. Pero dame tiempo.
Pistols, el foco de atracción estaba detrás de mí. Dudo que me miraran como a algo diferente a un bulto sospechoso que dificulta la visión. Aunque tienes razón, oye, me miraron ¿no?, algún efecto tuvieron, seguro, al menos a nivel inconsciente.
Eso es. Aqui el que no se contenta es porque no quiere. Para que verlo todo negativo, una dosis de autoestima nuca esta de mas.
No te preocupes que si quieren bajartela, saben muy bien como hacerlo.
Pistols, quién no ha recurrido alguna vez a la auto-estima para bajársela.
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