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Una pequeña rapaz sobrevuela nuestro campos y de repente se detiene, como un mimo pero en el aire. Observa, escruta y se lanza en picado. Choque seguro, piensa el observador inexperto. Pues no, el resultado es un trofeo de caza: ratón, rana o lo que sea. Así es el cernícalo. Tan pronto detiene su cuerpo como, en acrobacia zen, detiene su sentido común.
La estrategia de reproducción de los machos es impresionar a las hembras. La de las hembras es fingir que las impresionan. El cernícalo, ante la mirada de la cernícala, se lanza a gran velocidad por las autovías del cielo, y en un alarde de cazador consumado le entrega un roedor a la hembra (que unas veces aplaude y otras no, como le da). En ocasiones la cópula ni siquiera puede esperar a dejar la presa en la nevera.
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La química ha mermado su entendimiento, y eso se nota a veces. Los productos tóxicos empleados en la agricultura, sumados a otras sustancias que consumen, los vuelven inestables.
Objetivamente, les beneficia el silencio, como nos pasa a la mayoría, pero rara vez lo frecuentan. Pese a todo, los cernícalos son muy sociables; la hembra queda a despotricar con sus muy mejores amigas, la gansa y la pava, mientras el macho se va al fútbol, a hacer el bestia en el fondo sur, con el tigre de bengala y el puerco-skin.
Le gusta:
- Cernir
- Ponerle su nombre a todo con un dymo
- La música de ritmos machacones a todo volumen, como el canto del vencejo, más o menos
No le gusta:
- Que la gente haga doble click sobre ellos para que salga un halcón grande, en vez de la vista en miniatura
- Que pongan los controles a pillar, sobre todo los de alcoholemia
- Los subtítulos
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