La creación literaria tiene algo de vocación religiosa, otro tanto de droga dura y algo de estigma asumido. Uno siente que, cuando no está apretando el alma en el W.C. del folio en blanco, ejecuta una pequeña traición a su propia infelicidad (enquistada en uno mismo, pidiendo un fracaso cada vez mayor).
El otro día andaba hacia mi casa por las calles desiertas (el "Abre los ojos" postlaurentis) y pensaba que si realmente iba a contar la vida, lo que sé de la vida, tendría que despojarme de lo superfluo. Vamos, Dostoievski no hacía juegos de palabras, ni chistes, ni daba la voltereta como yo la doy, ni era un chimpancé. El estilo era la historia. La descarnada vivencia de un personaje cualquiera estaba frente a nosotros y de nada servía inventar frases, palabras, escenarios y demás, si no encontraba la esencia de un puñado de personajes que valgan la pena, que no den otra alternativa a mi imaginación que una gran historia.
Vivimos, pensaba, sobredimensionando los detalles, acumulándolos con deleite para hacer un best-seller, utilizando la fórmula carbonatada de la Coca-Cola para
Así, convencido de que el mundo es básicamente igual, que la Rusia zarista de "El idiota" era como mi/nuestro mundo, seguí andando.
Por la carretera irrumpió en el silencio y en mi soledad un muchacho en monopatín, con un pañuelo en la cabeza. Siguió su rumbo incierto con su traqueteo de ferrocarril ligero, en desgarbado equilibrio, tiñendo a su paso la calzada de un surrealismo ya habitual.
Y yo, hablándole al Dostoievski que tengo dentro, pensé: estas cosas antes no pasaban.
Al final el idiota era yo, por anacrónico.
5 comentarios:
Todos tenemos las mismas motivaciones.
Pero nuestras anécdotas son siempre diferentes.
Por que yo he pensado lo mismo que tú, pero de otros autores y tenía la misma motivicación de ir al baño con un folio en blanco.
Pero a mi siempre me cruzan señoritas dominicanas con maletetas de ruedas.
Que hacen el mismo efecto.
Pero me hacen sentir menos idiota.
Tal vez la única forma de depurar la esencia de un personaje que valga la pena sea acumular sus pequeños e intrascendentes detalles para destilarlos después. Y tal vez esa también sea la única forma de conocer qué encierran sus silencios.
Y los idiotas nunca se sienten idiotas.
Recuerdo el libro qe comence a escribir y termine, y una vez acabado lo destrui.
Mi unica motivacion era ver si seria capaz de hacerlo.
Hay diferentes formas de observación de la realidad. Uno puede intentar extraer la esencia, sobrevolar los detalles para ver lo genérico. Yo soy de los que se sienten hipnotizados por los detalles.
Al final se trata de plasmar de diferentes formas lo mismo: con un gran angular, obviando lo "superfluo", o a través de la macrofotografía, descubriendo en lo "superfluo" un mundo desconocido a simple vista, en una especie de onanismo del detalle.
Si tenemos las mismas motivaciones... ¿no seremos lo mismo?
¿Eres Peibols o la versión rosa de Schopenhauer?
Empanadilla, en el fondo todos los detalles deben ir a la licuadora. Pero los superfluos dan poco zumo. Los silencios sí, los silencios no son fotogénicos (y no muy literarios, claro) pero importan tanto...
El idiota del que yo hablo es el de Dostoievski, Liov Nikolayevich Mishkin. Que a mí no me parece más que un tipo sincero y con buenos sentimientos. Eso debe de ser la idiotez, ingenuidad sin represiones.
Y pocos nos damos cuenta de nuestra propia ingenuidad.
Karlos, yo ya no recuerdo si escribí ese libro o alguien me escribe a mí.
Serjuzu, esa es mi pugna interior. La pureza holística de las grandes historias o el reduccionismo fascinante de los detalles.
El mundo actual, sobrecargado de extrañas paradojas me aleja de la primera misión, y me dirige (blog en ristre) a la enloquecida y trivial segunda vía.
La tercera sería volverme un jipi y andar desnudo por las calle. Que todo se andará.
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