Este fin de semana me voy a un sitio, con unos señores, a hacer una cosa. Ante todo sinceridad.
Estaré todo lo ausente que me permita estar mi blackberry, pero ojito, os tendré vigilados. Que luego os desmandáis y no hay Dios (ni el auténtico ni los demás) que os meta después en vereda. Y sobre todo por vuestro bien. Porque no hay nada mejor que la inocencia y la tranquilidad de espíritu.
Siempre me ha interesado la soteriología. No "solterología", que tampoco está mal. La soteriología es el estudio de la salvación del alma.
Porque vamos, unas normas claras ayudan a las almas descarriadas a unirse al camino. Rigidez, autoridad y sencillez. Aunque a veces no funciona, como cuando os digo que me comentéis sólo cuando queráis decir algo interesante y luego hacéis lo que os da la gana.
El caso es que cuando yo era pequeño me interesaba saber cuáles eran los pecados mortales, más que nada para ir organizándome. Y esa es una información que a un niño no le dan, os lo aseguro. Te dicen: "no, tú no los cometerás, tranquilo, eres un niño, tienes que ser bueno con tus padres y esas cosas que...", deja de marear la perdiz, dime los pecados mortales, hostia. Que lo he escuchado todo, los latigazos, la cruz, los clavos, la corona de espinas, la resurrección de Lázaro, la ramera, el sanedrín sanguinario, los mercaderes del templo, los endemoniados, la cabeza del Bautista en una bandeja de plata... cuéntame los pecados mortales o empezaré a ver películas de dos rombos. Y, precisamente, hasta que no hacen una película nada, no te enteras de la lista.
Por eso yo me imaginaba que serían pecados tremendos.
Y luego resulta que no. La lujuria. ¡¡La lujuria ¿qué?!! ¿qué pecado es ese? tanto secretismo para luego no decir nada, no ayudar, no dar pistas. La lujuria es común, un pecadillo residual, el pecado mortal será atarse, o follar fuerte. Vamos, digo yo.
Todo esto ofende nuestra intuición. Yo que siempre he pensado que el alma se salva con la verdad... lo más parecido a una buena enseñanza es el sacramento de la confesión, uno de los pilares fundamentales de la soteriología. Se basa en el perdón (cosa buena), en los comisionistas (cosa regular) y da unas normas básicas (un tutorial en 4 pasos, para torpes).
1) Examen de conciencia: hay que sacar más de un 6. No se puede copiar de la conciencia de otro compañero. Si apruebas quedas libre, de momento. Si suspendes vas al paso 2.
2) Arrepentimiento: también conocido como dolor de los pecados. Paso complicado, porque a veces los pecados más gordos son los que dan más gustito. Si no te arrepientes, ni sueñes ser perdonado. Así que puedes fingirlo, pero entonces no habremos avanzado nada. Bueno, no habremos avanzado nada el resto de la humanidad, tú estarás ya en el paso 3.
3) Propósito de enmienda: parte fundamental. Tanto en pecados como agravios, el firme propósito de no reincidir es fundamental. El niño, a estas alturas, es voluble y promete lo que sea (como cuando estás agobiado con los exámenes de febrero y piensas: para los de junio empezaré a estudiar desde el primer día). La observación minuciosa de la falsedad de uno mismo lleva a que mucha gente se atasque aquí, entre el arrepentimiento y el perdón, vagando sin rumbo, en el limbo personal, pecando a diestro y siniestro, a tontas y a locas (que como decían Les Luthiers, son las más fáciles). El propósito de enmienda puede presentarse en múltiples formatos Office (que es lo que usa el cerebro): .txt, .doc, .xls, .ppt, .oral
4) Penitencia: también conocido como "reza tres padres nuestros", o "lo has roto, pues ahora me lo pagas". La reparación a veces es imposible, pero como es la parte más creativa, a todos se nos ocurren fórmulas estimulantes, o pecaminosas (lo cual hace empezar el proceso de nuevo).
El perdón es un concepto muy personal, casi esotérico. El perdón total depende seguramente de ambas partes y casi nunca sucede, porque es de esos acuerdos en los que todo el mundo intenta dar lo menos posible (incluso el cura si pudiera te diría: te perdono pero firma este contrato que te obliga... y el arrepentido pecador lo firmará con tinta invisible).
La confesión tiene aplicaciones a la vida real. Pero como acto parece sórdido, cotilla e innecesario. Siempre ha tenido efectos terapeúticos, como el psicoanálisis. Tiene su deontología (el secreto de confesión). Y su contraseña: Ave María purísima.
Sobra, de todos modos, el sacerdote. Porque corta el rollo. Porque por lo único que nos juzgaría Dios si existiera es por la capacidad de amar sinceramente a los demás. Y de eso un sacerdote sabe lo mismo o menos que cualquiera.
Porque está muy feo que alguien se presente como el intermediario de Dios, sin tener ni un poder firmado, y yo tenga que gastarme una pasta en notarios.
Porque está muy feo que alguien se presente como el intermediario de Dios, sin tener ni un poder firmado, y yo tenga que gastarme una pasta en notarios.
No, que yo soy casto pero porque quiero. ¿Puede haber mayor mentira y mayor vanidad que esa? La castidad siempre ha sido algo forzado, qué se han creído. No, claro, yo es que soy Sumo Pontífice y podría tirarme a mis millones de fans, pero no quiero porque me debo a mis votos. Venga va.
Aunque no cabe duda, después de todo, que unos se salvan por la verdad y otros se protegen en la mentira. Y a simple vista no hay diferencias. O va a resultar como dice una amiga que hay tantas salvaciones como personas, tantas conciencias como personas, tantas verdades como personas... con lo que complica eso una partida de Scattergories.
Yo os absuelvo. Vuestra penitencia ha sido leerme hasta el final. Vuestro pecado... ya lo sabéis bien, pájaros.
Aunque no cabe duda, después de todo, que unos se salvan por la verdad y otros se protegen en la mentira. Y a simple vista no hay diferencias. O va a resultar como dice una amiga que hay tantas salvaciones como personas, tantas conciencias como personas, tantas verdades como personas... con lo que complica eso una partida de Scattergories.
Yo os absuelvo. Vuestra penitencia ha sido leerme hasta el final. Vuestro pecado... ya lo sabéis bien, pájaros.
7 comentarios:
Llevarme a mi para tratar de salvar mi alma seria como nominar a Bush como Premio Nobel de la Paz.... un imposible
Prefiero ir a la hoguera como Juana de Arco.Jeje.
Yo creo que es como la canción: se trata de poder dormir sin discutir con la almohada. Así que me uno a la opinión que hay tantas salvaciones como personas.
Tremendo el sacramento de la confesión: en mi época de creyente lo pasaba fatal…la pregunta es qué pretendían que confesáramos a los 8 años??? Cómo se prepara un cura cada vez que recibe las hordas de niñas (digo niñas de hasta 11-12 años, nada de edades posteriores que las “faltas” pueden ser más interesantes o no) del cole de monjas??? Qué aburrimiento,no??? Y qué horror que la gente te vaya a contar sus miserias… por que me temo que eso que les cuenten la última conspiración o asesinato, solo pasa en la películas.
PECADO MORTAL! Pero esto qué es como el cancer de pulmón o qué? Pecas y en seis meses la palmas... Anda ya!
Alberto, hay almas que ni hasta Dios podría salvar.
Orleans, en el fuego eterno no se debe estar mal; por lo menos en invierno.
Cardoh, la canción dice: se trata sólo de poder dormir sin discutir con la almohada dónde está el bien, dónde está el mal. Que no es exactamente lo mismo.
Yo siempre mentí al confesor. Eran mentiras piadosas, para que ese señor tan triste se sintiera mejor y mantuviera la fe en la juventud.
Maru, es una terminología extraña. Pero se supone que mata de gusto, o igual es que si te mueres sin arrepentirte ya no hay salvación posible.
Habría que reformular la lista. Me pongo a trabajar inmediatamente en ello.
Vale, pero yo me quedo con la mitad de la frase como descripción de que cada uno es el juez de lo que hace.
Le mentías porque no contabas todo para no asustar o inventabas para entretenerle??
De acuerdo, Cardoh, cada uno es juez de sí mismo. Pero antes abogado y fiscal. Y antes legislador. Y antes votante de su propio parlamento. Y si venía de una dictadura, propia o ajena, cada uno es su propia revolución o su transición pacífica.
Realmente uno es toda una multitud de células caprichosas.
Le mentía al confesor por dos razones: porque nunca he sido muy propenso a contar mis cosas, y porque no quería que el cura triste se entristeciera más al ver que no sólo pecaba sino que no me arrepentía en absoluto. Siempre me confesé por obligación, o por cortesía.
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