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No sé si los parroquianos de la Academia de Chimpancés sois de ir a misa los domingos o no. Me temo que la iglesia la pisáis de Pascuas a Ramos y gracias. Eso tiene sus ventajas (partidos de bádminton mañaneros, paseos en monociclo por el parque o el hobby que cada uno tenga) y sus inconvenientes.
El principal inconveniente es que algunos mecanismo de la misa se olvidan. Las palabras se nos quedan, al menos en mi cabeza todavía perdura la prosodia de cada uno de los pasajes. Arrancar no sé, pero si alguien me da pie, me sé el papel.
Lo más complicado (aquí viene el drama) es recordar cuándo tiene uno que levantarse y sentarse. Nos acordamos de lo básico: "Levantemos el corazón..."
De vez en cuando aparecemos en la iglesia sin la debida preparación. No somos conscientes del problema hasta que empieza el show y nos damos cuenta de que estamos indefensos. No siempre el sacerdote avisa de los movimientos. Es el momento de tomar "la decisión".
La decisión consiste en buscar a una persona por delante en la que confiemos y seguir sus movimientos con fe ciega. Si se levanta, te levantas (lo que suele movilizar a la gente a tu alrededor e incrementa los riesgos). Si se siente, te sientas. ¿Pero qué pasa cuando la mayoría se levanta y nuestro referente no se levanta?
Un día, en un funeral, elegí a la señora errónea. En el primer vistazo parecía llevar el examen preparado, se santiguaba superbién, pero cuando llegó la hora de la verdad... ay, se levantaba un minuto antes de que tocara y volvió loca a media platea.
Hay gente a la que ese morbo, la emoción de acertar o equivocarse, puede empujarles al catolicismo. No lo niego. Pero son malos clientes, porque en cuanto se aprendan la liturgia, lo que antes les excitaba se volverá simple rutina y acabarán apuntándose a otra extraescolar.
En mi opinión, la Iglesia tiene que pensar en nosotros los indecisos y darnos un entorno amigable. No pido un regidor que levante carteles (aunque los monaguillos están la mayor parte del tiempo tocándose los huevos). Me conformo con un sonido, o una luz verde y otra roja, un semáforo santo que nos permita relajarnos.
Bueno, para los daltónicos el problema seguiría sin resolverse, pero nunca llueve a gusto de todos. Los daltónicos al infierno.
Tengo algunas ideas más para mejorar la eucaristía. Pero ya si eso os las cuento otro día.