Sé que hace mucho que no escribo y también sé que no me puedo presentar aquí así como así y, de repente, ponerme a hablar de cosas serias. Pero las circunstancias me obligan a reaparecer, sin remilgos, a llamar a las cosas por su nombre. Toda Europa observa con atención lo que está pasando; sabe que, de algún modo, es responsable, y este humilde blogger tiene que venir a dar su versión descarnada, ajena a las opiniones cocinadas de los medios masivos.
En efecto, como todos imagináis, me estoy refiriendo al
Eurobasket.
El Eurobasket es el gran reto al que se enfrenta Europa en estos momentos, porque todavía queda mucho para Eurovisión. El respeto entre los pueblos está en entredicho y sólo nosotros podemos adelantarnos a nuestros gobernantes y dar un paso adelante en pos de la unidad, el respeto y la solidaridad.
Tendréis vuestras diferencias con Israel, pero convendréis conmigo que tiene jugadores muy refrescantes, como el escolta
Raviv Limonad. O cómo resistirse a tomar algo en el
Bar Timor, otro escolta de 1,91 metros. A esas pequeñas cosas me refiero.
Los nombres de pila lituanos hay que tomárselos como una simpática bendición:
Mantas, Renaldas,
Arturas,
Deividas,
Domantas,
Robertas... o mi favorito,
Mindaugas Kuzminskas.
El más bajito de los jugadores islandeses se llama
Aegir Thor Steinarsson. Thor, con dos cojones. Los nombres alegóricos están a la orden del día, como el base croata-americano
Don Draper, capaz de dirigir a su selección en la cancha y después protagonizar una epopeya clásica del hombre hecho a sí mismo para la AMC (7 temporadas mínimo).
Del olimpo del arte llega
Lionel Bosco, jugador belga, y en su mismo equipo, completando el tríptico al óleo:
Jonathan Tabu y
Kevin Tumba. Aterrador.
Y como la religión sigue estando en el pútrido corazón del continente, en España tenemos a
San Emeterio, o entre los finlandeses (siempre más iconoclastas) está
Koponen. Los croatas han tirado por la vía de los apóstoles, con
Krunoslav Simon y
Marko Tomas.
Los griegos tienen un
Papanikolaou, los rusos un
Semen Antonov, los bosnios un
Gordic... todos ellos parecen nombres inventados (y no se descarta que lo sean). Como
Maodo Lo, el menos alemán de los nombres alemanes. Bastante sospechoso.
Pero en fin, camaradas, la Europa de los nombres raros es confusa y, a la vez, entrañable. Los georgianos
Manuchar Markoishvili,
Beka Tsivtsivadze,
Duda Sanadze,
Zaza Pachulia o
Tornike Shengelia nos recuerdan nuestro pasado pagano, que el diablo sigue entre nosotros y que aunque la cosa está malamente conviene no desfallecer.
Cambio y corto.