Míralo entre los matorrales, ni se ha dado cuenta de que estoy aquí.
Desde la infección, no hay momento del día en el que no piense en cazar a esos monstruos y, lo confieso, sigo sin entender su comportamiento. Es como si se dejaran llevar por una inercia absurda, como una infanta firmando documentos.
Pero están allí, nos quieren destruir y nuestra obligación es defendernos.
Míralo, tan a su bola, tan confiado, es aterrador.
En ocasiones pienso que ellos, en el fondo, saben que son una abominación. Si pudiéramos ayudarlos de otra forma... pero no se me ocurre otra forma. Y si te descuidas, ya sabes, se te llevan por delante. No, con esos engendros no se puede bajar la guardia ni un segundo.
A ver, todos entendemos su confusión, su desesperanza... juro por mis costras purulentas que en el instante final he visto el miedo en sus ojos. Estamos hechos de la misma pasta. No hay duda. ¿Has oído cómo nos llaman?
"Muertos vivientes". Aaaagggg... qué irritante sería si no fuera porque nosotros les llamamos a ellos "vivos murientes". Estamos en paz.
Sé que tengo que ir y morder a ese mendrugo... pero esa piel tan tersa me da escalofríos.
Son bastante repugnantes, pero necesitan que vayamos a su encuentro, a salvarlos de su terrible destino. Esos cabezotas pretenciosos no saben que
ser un zombie es lo mejor que nos ha pasado en la no-vida a los de este lado. El que lo prueba ya no vuelve atrás. Y la gran diferencia es que nosotros ya hemos estado vivos. Sabemos lo que es.
Para empezar está lo de trabajar. Ser zombie es como estar en el Festival de Benicasim, todo el día pedo, sin ducharse...
Cuando terminemos de evangelizar a esos "vivarachos" la paz será plena.
¿Qué podrá preocuparnos una vez que nadie nos remate? Cadáveres andantes para siempre. Adiós a la civilización, a los seguros, al médico, a las religiones...
zombies funcionarios con plaza fija.
Recuerdo mis primeras horas de zombie. ¡Ja! Todavía no sabía que era un zombie y me asustaba cuando veía a mis compañeros. Y no se atrevían a decirme lo de la infección. Ponían caras. Levantaban las cejas. Se les caían las cejas. Tosían varios al mismo tiempo y yo no lo pillaba. Ahora me río pero entonces...
Míralo, escondido entre los matorrales. ¿Qué hará? Ostras, está cagando ¿no? Tener necesidades fisiológicas... no hay nada más primario. Esa es la verdadera esclavitud.
Ahora ya dudo. ¿Está feo morder a alguien cagando? Nah. Por suerte nos hemos librado también de la ética y los códigos.
Que se entere todo el mundo, los zombies escribimos nuestras propias reglas.
GRROOOOOOAARRRRRR
Mmmm... qué frescor... sabe a champú de menta.
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Esta es mi humilde colaboración en el especial "Los Zombis" del Cuaderno del Yeti.