¿Cuál es la clave del éxito?
cri-cri, cri-cri...
Va, responded, que he preguntado yo primero.
Unos dicen que
la clave del éxito es el dinero. Con una finanzas desahogadas puedes aprovechar las oportunidades, soportar todo tipo de crisis, templar los nervios y amasar todavía más dinero.
Otros dicen que
el secreto del éxito es rodearse de los mejores. Si consigues a las personas adecuadas (lo cual suele ser difícil y carísimo) los resultados llegarán solos.
Un tercer grupo, menos materialista, defiende que sólo hace falta
una circunstancia favorable del mercado y el éxito nos recibirá con una banderita.
Venga, ahora un minuto de depresión. No tenemos dinero, no podemos captar a los mejores para que nos lleven en volandas a la victoria (
garethbales y
neymares aparte) y la coyuntura económica actual nos augura el peor de los futuros.
Nos podemos consolar pensando en Langley, en el físico e inventor estadounidense
Samuel Pierpont Langley.
¿Cómo? ¿que no os suena de nada? Mejor.
El profesor Langley participó en la frenética carrera que libraron los pioneros de la aronáutica en la primera década del siglo XX. Aquellos hombres trataban de alcanzar
uno de los grande sueños del hombre: volar.
Ser el primero en conseguirlo era el mayor éxito imaginable y cientos de personas luchaban por conseguirlo.
Trasladémonos a esa época. Si nos dicen que apostemos por un ganador, y haciendo caso de los parámetros habituales del éxito, diríamos que el favorito indiscutible era Samuel Pierpont Langley.
El departamento de defensa americano le acababa de dar 50.000 dólares para que construyera su máquina voladora. La Smithsonian Institution le dio otros 20.000. Por dinero no iba a ser.
Gracias a esos fondos y a sus conexiones en Harvard contactó con las personas más capacitadas disponibles. Los mayores expertos estaban de su lado.
¿Y el mercado? Bueno, el New York Times le seguía a todas partes, la gente le admiraba y todos deseaban su éxito, el mundo entero estaba a su favor.
A muchas millas de distancia encontramos a unos fabricantes de bicicletas: los Hermanos Wright.
No tienen más capacidad de inversión que sus modestas ganancias. Ni ellos ni nadie de su equipo tiene formación universitaria. No los conocen ni en su casa.
El 17 de diciembre de 1903, el
Flyer I recorrió 36 metros en vuelo tripulado y se mantuvo en el aire 12 segundos. No había una multitud jaleando esa victoria de la humanidad, porque habían sido
Orville y Wilbur Wright los que habían logrado la hazaña.
Su éxito ya era imparable.
Cuando
Langley se enteró del logro de aquellos mindundis no fue a interesarse por su tecnología y a compartir conocimientos. Al contrario, abandonó esa carrera que ya no podía ganar.
El profesor Langley quería ser rico y famoso.
Le guiaba el resultado.
Los Hermanos Wright querían cambiar el mundo. Compartían con todos los soñadores de la historia esa quimera del hombre que se eleva del suelo desafiando a la naturaleza.
Les guiaba un propósito, una creencia.