
Aquí donde me veis soy una máquina entrenada para matar.
Fui (sigo siendo, porque esto no caduca como el DNI) cinturón amarillo-naranja de taekwondo.
Fue una época difícil en la que era demasiado pequeño para apuntarme a furbito (lo que de verdad me apetecía) y sin embargo, curiosamente, no lo era para un arte marcial.
Varios de vosotros, amables lectores (
Serjuzu,
Lupus,
Mon), me habéis recordado con vuestras cartas la natural agresividad de algunos primates:
* Cuidadora del zoo sufre un intento de violación por parte de un chimpancé.
*
Bokito el gorila la lía parda
La continencia física (que no verbal) puede alcanzarse con duros entrenamientos, con filosofía oriental y estrategias para canalizar la energía.
Por eso mi madre me apuntó a taekwondo.
Por eso y por quedarse un rato tranquila de vez en cuando.

Recuerdo varios momentos:
- Un campeonato caótico y absurdo en el que gané una medalla de
plantronce (como todo el mundo).
- El día en el que nos escondimos con mi primo entre unas colchonetas para picarnos clase y nos pillaron.
- El día en que pasé del chándal al kimono.
- El día en que pasé del cinturón blanco al amarillo.
- El día en que nuestro profesor se cabreó por no sé qué y nadie respiraba.
- Los gritos (¡kiá!), acompañando las patadas (¡kiá!), y los puñetazos (¡kiá!).
- Pelear a hostia limpia, sin acordarse de los fundamentos aprendidos. Contra un chaval al que no conocía y que tampoco me había hecho nada.
- Enrollar el cinturón y marcharme a casa.
- Recordar el gimnasio y pensar que en ese sitio hay ahora oficinas del Gobierno de Aragón.
- Sentirse Karate Kid, mucho antes de que se rodara la película.
- Aborrecerlo.
Otro día os contaré cuando me apuntaron a hacer manualidades. Y aluego os contaré mis experiencias con el catecismo.
Ya será tarea vuestra estrapolar y averiguar las causas por las que me volví un escritor atormentado.
.